• ORAR. Con la oración más poderosa que tenemos los cristianos: LA SANTA MISA.  Orar, por los difuntos es necesario y saludable, para el perdón de sus pecados y la entrada en la Gloria Eterna, ayudándoles en su proceso de purificación. En el cielo no puede haber nada manchado.
    No solo recordamos y honramos a los difuntos sino que rogamos por ellos al Dios de bondad.

  • CONSOLAR. No hay momento más triste, que aquel, en que tenemos que decir adiós, para siempre a una madre, a un ser querido. Consuelo y esperanza a las familias. Consolar al triste es una obra de misericordia. Compartir el dolor con el que sufre. No hay mayor consuelo que la Fe en la resurrección.
    Tú nos dijiste que la muerte no es el final del camino.
    No lloramos como los que no tienen esperanza. El Señor Jesús nos enseñó a llorar delante de la tumba de su amigo Lázaro.
  • Como Santa Teresa: Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero, que muero porque no muero.

  •  AMOR, respeto y afecto a los cuerpos de los difuntos. José de Arimatea y Nicodemo dispusieron darle a Jesús un sepulcro honroso. La primera comunidad cristiana, hace un gran duelo por el primer mártir San Esteban.

  • NUNCA un funeral debe convertirse en un panegírico elogioso del difunto.  Se autoriza a que un familiar o allegado dirija unas palabras de despedida. Palabras de gratitud al final de la Misa.
    Se puede hacer una breve biografía del difunto Se puede aludir al testimonio cristiano del difunto, si es motivo de edificación.

Fuente: Blog de Don Paco