En Agnone, del Abruzo, San Francisco Caracciolo fundó la Congregación de Clérigos Regulares Menores, que amó de modo admirable a Dios y al prójimo. Nació en 1563 y le pusieron como nombre Ascanio. Los médicos le diagnosticaron lepra e hizo una promesa: si se curaba de la enfermedad, dedicaría su vida a Dios por el resto de sus días. Así fue y se marcha a Nápoles y pide la admisión en la Cofradía de los Bianchi. A partir de ahora pasará a llamarse Francisco. A su paso por España consiguió fundar casa en Valladolid y montó un colegio que sirviera para la formación de sus Clérigos Regulares Menores. Destacan otras fundaciones en Roma y Nápoles. Vivió fiel a su compromiso y murió a los 44 años con los nombres de Jesús y de María en la boca.