¿Calumnia o verdad?

Texto del libro Historia de España contada con sencillez (José María Pemán).

La calumnia y la verdad

Claro es que, a pesar de ser esta la regla general, no puede negarse que hubo excepciones de abusos y crueldades. Algunos frailes, sobre todo el dominico fray Bartolomé de Las Casas, movido por amor a los indios, protestaron de ellos ante los reyes. Y estas protestas que lo que indican es cómo los reyes tenían abierto el camino para todo el que les ayudase a corregir cualquier abuso, han servido a nuestros enemigos para calumniar la maravillosa obra de España en América y pintarla como un conjunto de crueldades y durezas.

Fray Bartolomé era indudablemente hombre de limpia intención, pero su vehemencia, unida a la libertad muy superior a la de hoy que entonces se usaba para hablar a los poderes públicos, han hecho de su obra llamada Destrucción de las Indias un arsenal de municiones para los enemigos de España. Pero, por un lado, que fray Bartolomé escribía arrebatado por un celo pasional, está patente en la graciosa cuenta que algunos han hecho de las cifras de indios que pretende sacrificados en diferentes regiones de América, y que suman cantidades superiores a las de la población india existente al descubrirse esos territorios.

Lo que queda, después de restar esas vehemencias, es un celo caritativo y una libertad de expresión, que deben ser incorporados al haber de España que de ese modo, al lado de conquistadores y gobernantes, hacía florecer en las Indias los austeros fiscales que los vigilaban y limitaban.

El que quiera convencerse de la falsedad de eso, que lea las «Nuevas Leyes» que para el gobierno de aquellas tierras dio Carlos V. Son un modelo de amor a los indios y de cuidado para sus almas y para sus cuerpos. Se prohíbe en ellas otra vez la esclavitud. Se ordena que los indios sean bien tratados y se les enseñe la doctrina. Se toman disposiciones sobre lo que hoy llamaríamos «salario familiar», o sea, sobre el modo de que pueden vivir de su paga no solo el indio trabajador, sino su mujer e hijos. Se llega hasta prohibir que sean cargados los indios sobre las espaldas y caso de ser esto necesario, se limite el peso que puedan llevar.

Cuanto frente a esta luminosa y humana legislación pueda alegarse de anécdotas, crueldades o violencias, deberán ser incluidas en la sentencia que implica el verso del nada sospechoso poeta José Quintana, bien influido, por lo demás, en la filantropía liberal del siglo pasado.

«Crimen fue de los tiempos, no de España.» Crimen, como la esclavitud, de toda la humanidad prolongado durante muchos siglos. Todavía en 1774, y hablando de blancos que no de negros, se insertaba en los Estados Unidos este anuncio que recoge el historiador Pereyra: «Alemanes: ofrecemos cincuenta individuos de esta procedencia que acaban de llegar. Puede vérseles en el Cisne de Oro, que está bajo la dirección de la viuda Kreides».

Porque por encima de las leyes escritas, la mejor prueba a favor de España está sencillamente en el resultado mismo de su obra, que ahí está a la vista de todos: la América española es una tierra civilizada, próspera, cristiana. La sangre de aquellos indios primitivos está hoy mezclada con la sangre española en las venas de sus habitantes. ¿Qué otra nación, salvo nuestra hermana Portugal, puede decir que ha hecho otro tanto?

Con razón un gran escritor americano, Juan Montalvo, escribía modernamente estas palabras de oro: «España, España. Lo que hay de puro en nuestra sangre, de noble en nuestro corazón, de claro en nuestro entendimiento, de ti lo tenemos, a ti te lo debemos».