Con su sencillez acostumbrada, el Albino Luciani -entonces de Venecia, más tarde papa I- explicaba cómo hemos de recibir la :

La palabra de Dios no es más que una carta. Mi madre, cuando el cartero le traía una carta de mi padre, que trabajaba en , la abría con ansia, la leía y releía; luego, corría a contestarla y la echaba al buzón. Esto es la palabra de Dios, la carta de una persona que se ama, que se espera; la leemos para hacerla nuestra y enseguida.

 (N. VALENTINI Y M. BACCHIANI, El Papa de la sonrisa)