Una inesperada ayuda del cielo librará a la pequeña Rosa de las vanas costumbres de su tiempo.

La moda, que tanto hace sentir su influjo entre los adolescentes, no siempre resulta un motivo de incomodidad. Pero las cosas no suceden siempre de la misma manera. En una ocasión, se había establecido la modalidad de usar unos guantes especiales. Ellos tenían como fin hacer más hermosas y suaves las manos de las chicas. La costumbre se extendió rápidamente por la ciudad hasta que incluso llegó a la casa de Rosa. Su madre, quien quedó fascinada por esta nueva costumbre, no tardó mucho en comprar uno de esos costosos guantes, los cuales, según las muy extrañas peculiaridades de la época, debían ponerse durante la noche para aumentar la blandura de las manos. Al principio, la pequeña Rosa se negó a utilizar este artificio, sin embargo, su madre obstinadamente insistió hasta que la niña no tuvo más remedio que obedecer a su pedido.

Al llegar la noche, Rosa se puso los guantes, pero en lugar de percibir su suavidad y blandura, experimentó una fuerte quemazón que, hasta el momento, ninguna de las jovencitas de la ciudad había llegado a sentir. Rosa, que sentía arder sus manos, se quitó los guantes con rapidez y grande fue su asombro al ver que realmente despedían llamas y que sus dedos estaban cubiertos de ampollas. Al día siguiente contó a su madre lo que le había sucedido y le mostró sus manos llagadas. La buena mujer tembló de miedo y se propuso no mortificarla más con sus vanas exigencias.

Todos quedaron asombrados ante el extraño acontecimiento y al no encontrarle una explicación lógica, no dudaron en pensar que en realidad se trataba de una oportuna ayudita que había venido del cielo para terminar con el problema de la pequeña Rosa.


Santa Rosa de Lima O.P. (Lima, Virreinato del Perú, 30 de abril de 1586-Ib., 24 de agosto de 1617), de nombre secular Isabel Flores de Oliva, fue una mística cristiana terciaria dominica canonizada por el papa Clemente X en 1671. Entre los santos nacidos en América (antiguamente Indias Occidentales), Santa Rosa de Lima fue la primera en recibir el reconocimiento canónico de la Iglesia católica.