Sus padres eran pobres pero muy religiosos. Así Juan Gabriel vivió en las coordenadas del Evangelio. Al ordenarle sacerdote, desempeñó varios cargos en la diócesis de París. Ejerció su celo pastoral llevado por su ilusión misionera en China. Todas las mañanas le pedía a Dios la gracia del martirio, que se prolongó durante un año entero. Para él fue un calvario ir de un sitio para otro hasta el día en que le crucificaron. Los jueces le pusieron una condición para lograr la libertad: profanar la cruz del Salvador. Lo torturaron de manera inhumana y cruel. Incluso cuando estaba en la cruz, le daban palizas en su agónico cuerpo. Murió el 11 de septiembre de 1840.