Había un matrimonio de señores mexicanos muy aficionado a los toros. Como estaban abonados no se perdían ni una corrida de la temporada.

Esto había ocurrido muchos años: iban siempre juntos.
La señora un día dice al marido:
– Ya estoy cansada de ir a los toros. Ya no hay buenos toreros y las corridas son muy malas. No compres más boletos (entradas).
Y el marido, con una sonrisa, le contesta:
– Me parece estupendo: dejaremos de ir. La verdad es que nunca me han gustado los toros.