Nació en Londres en 1118. Alcanzó el cargo de clérigo de Canterbury, canciller del reino y obispo de esta sede primada en 1162, con el favor del rey. Pese a su amistad con Enrique II, defendió los derechos de la Iglesia frente a los abusos reales, especialmente en las Constituciones de 1164. Tuvo que huir a Francia durante seis años. A su vuelta, llena de incertidumbre, encontró la muerte, sugerida por el rey, en la Navidad de 1170. En poco tiempo su sepulcro se convirtió en destino de peregrinación, y hasta el mismo rey acudió a la tumba para expiar su confesada culpa. Tres años después, el Papa Alejandro III lo inscribió en la lista de santos.