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Novela aparecida en 1919 cuyo tema había sido elaborado por el autor como libreto de una ópera de Richard Strauss, del mismo título. Se trata de una historia fantástica, llena de motivos de cuentos de hadas. La hija del soberano de los espíritus es raptada por un rey humano con lo que ella pierde su condición de espíritu, sin disfrutar de la humana, lo que se refleja en el hecho de no tener sombra.
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( ) los años del pasado se diluyen en la dorada y vaporosa atmósfera de la tarde veraniega del presente, somos otra vez niños y nos recorre como un hálito espiritual el barrunto de lo supremo que quiere revelarse en la capacidad humana. Así escribía Hugo von Hofmannsthal diez años después de la temprana muerte de Edgar Karg von Bebenburg. Jamás se extinguieron en él la imagen del amigo y el sonido de los exaltados ánimos juveniles. Ninguna otra parte de su inagotable correspondencia epistolar se inscribe tanto bajo el signo de la juventud y de la amistad juvenil como la mantenida con Karg, ninguna ilumina tanto la juventud personal del poeta, su singular atmósfera y el círculo existencial de los jóvenes aristócratas en aquella vertiente del siglo. No es ésta una correspondencia epistolar literaria. Edgar Karg no era un intelectual, no era un artista. Cuando se encontró por primera vez con Hugo von Hofmannsthal, en agosto de 1892, en el Wolfgangsee, era un simple cadete de la Marina. La profesión de marino le trasladó a lejanas regiones del mundo, pero una enfermedad pulmonar puso pronto fin a su vida. Edgar Karg von Bebenburg falleció en junio de 1905, cuando aún no había cumplido los treinta y tres años. Estos días, escribía Hofmannsthal a Bodenhausen, he perdido a uno de mis más queridos amigos de juventud, una de las personas mejores y más exquisitas, víctima de una terrible enfermedad. En algunos aspectos recuerda las figuras talladas en madera, observa Mary E. Gilbert: así debió de atraer Karg al poeta con su espontaneidad, con aquella vitalidad que irradiaba inalterable incluso bajo el sufrimiento, con su abierta cordialidad, su fidelidad y su receptividad henchida de sensibilidad. Era una persona capaz de comunicación viva y pura, necesitado de aprendizaje y de buenos consejos. Hofmannsthal dedicó en 1904 su ensayo epistolar Die Briefe des jungen Goethe (Las cartas del joven Goethe) al teniente de navío E. K. Pero esta amistad no se acreditaba tan sólo en los nobles y elevados sentimientos que recuerdan los vínculos de los jóvenes románticos y nazarenos. Hofmannsthal ayudó a Karg con consejos prácticos y aportaciones económicas y se esforzó por buscar soluciones a algunas situaciones embrolladas de su vida. Pero este diálogo epistolar es, sobre todo, testimonio de la atmósfera austriaca, vienesa, en la que se ha desarrollado.
Publicada en 1902, en los albores de un siglo que habría de ver la mayor concentración de catástrofes colectivas de la historia del hombre y sumirse en la perplejidad, la CARTA DE LORD CHANDOS es uno de esos raros textos que, lejos de perder vigencia con el paso del tiempo, adquiere con él nuevas, insospechadas y poderosas resonancias. En él HUGO VON HOFMANNSTHAL (1874-1929) expresó, acaso sin pretenderlo, de forma insuperable por su concisión, la crisis del lenguaje y del pensamiento que gravita sobre el hombre moderno y que unos años más tarde Wittgenstein habría de formular lapidariamente en las trincheras con las palabras: «De lo que no se puede hablar hay que callar». La «Carta» vio la luz en la efervescente Viena de entresiglos: «Aquel florecimiento -señala CLAUDIO MAGRIS en el revelador ensayo titulado " La herrumbre de los signos " que acompaña al bello texto de Hofmannsthal- era en gran parte germen del futuro. Pero el futuro que aquella cultura anunciaba era nuestro exilio, nuestro invierno, nuestra condición de hombres que dudan de tener un futuro».
En la carta encontramos una expresión sucinta pero extremadamente concisa y precisa de una vivencia que hoy en día se nos muestra especialmente pertinente: el sentimiento inmediato de lo sagrado inmanente en toda realidad.