Me animo a escribir estas páginas dice el autor desde la experiencia pastoral de acompañamiento a tantos que han perdido un ser querido y quedan heridos y sin horizonte. A lo largo de muchos años de trabajo parroquial y en mi actual tarea como capellán del tanatorio de la M-30, de Madrid, he tenido la gracia de estar cerca de los enfermos terminales y de sus familiares después de su muerte. Siempre he creído en la fuerza transformadora de la presencia, de la sacramentalidad cristiana, de la palabra que conecta con la existencia concreta y que ayuda a trascendernos, a vislumbrar lo que ordinariamente no aparece, ante un umbral de sombras y misterios.