Todos tenemos deseos: las cosas nos gustan, las personas nos atraen, perseguimos aquello que nos llama la atención o que creemos que va a colmar un anhelo. Y rara vez nos contentamos con alcanzar una meta o un objeto; siempre que creemos estar satisfechos, nos damos cuenta de que en realidad no es así, y volvemos irremediablemente a desear. Este dinamismo del "siempre más" se refleja en todas las dimensiones de la vida, y al final nos lleva a la pregunta por Dios: el cristianismo empieza porque alguien responde al deseo que hay en nuestro corazón y nos enseña a explorarlo y vivir desde él en comunión con los demás y con Dios. La humildad es un requisito indispensable del amor y una clave fundamental para todas estas relaciones.