Daniel Lelong conoció a Alexander Calder en 1961, cuando trabajaba con Aimé Maeght en la creación del museo que se convertiría en la Fundación Marguerite y Aimé Maeght en Aix-en-Provence. Fue el primer artista con el que tuvo contacto y su relación con Calder duraría hasta la muerte del escultor en 1977. Durante estos años, Lelong tuvo la oportunidad de conocer a Alenxader Calder en su faceta más íntima y desenfadada—Calder era poco ceremonioso por naturaleza, sociable y extrovertido—así como de ver cómo trabajaba en sus distintas facetas creativas, la de pintor, escultor e inventor de objetos que poblaban los espacios de sus casas en Francia y Estados Unidos. El texto de Lelong abre una ventana al lector por la que tendrá ocasión de observar a Calder en un día de trabajo, celebrando su cumpleaños con amigos o respondiendo con una negativa irónica a una invitación del presidente de los Estados Unidos