Envuelta en mitos, historia y tradiciones, Creta es también una isla de playas doradas y aguas azules que ha desarrollado una industria turística capaz de atender cada año a dos millones de visitantes. Mientras que la costa del norte ha sido la protagonista de un desarrollo vertical, el sur conserva pueblos remotos, escondidos entre altos acantilados y el Mar de Libia, algunos accesibles sólo en barco. Inalterado permanece también el espectacular interior montañoso donde la gente se traslada en burro, las iglesias bizantinas atesoran frescos maravillosos y las aldeas parecen dormidas en el tiempo. El carácter orgulloso e indomable de los cretenses ha sido moldeado por siglos de asedios, batallas y hambrunas, pero la cálida hospitalidad de la gente se debe, sobre todo, a su clima mediterráneo. A las largas y luminosas mañanas les sigue un almuerzo en familia y una siesta de dos o tres horas. El trabajo finaliza a las ocho de la tarde, cuando es el momento de la vólta o paseo vespertino. Si hay algo que adoran los isleños son las fiestas y todos participan en la celebración del día del santo y otras fiestas religiosas en las que los visitantes son bienvenidos.