La personalidad peculiar de Emily Dickinson, su mundo y su mente siempre al borde del abismo, marcan su poesía y hacen de ella una de las voces más poderosas y atractivas para el lector moderno. La renuncia al trato con el Otro, el modelamiento del Vacío, la soledad, su ambiguo erotismo (siempre sofocado o soterrado) experimentado ya a través del sufrimiento, ya del éxtasis, son los rasgos distintivos de unos versos siempre inquietantes y heridores, incomprendidos en un mundo patriarcal y dominado por los hombres y deslumbrantes hoy en toda su amarga belleza. Selección y traducción de Amalia Rodríguez Monroy
Aquest és, com diu el subtítol, un homenatge a Marià Manent i les seves versions d'Emily Dickinson. Per moltes reserves que Sam Abrams pugui tenir sobre les versions de Manent, ha seguit la seva lliçó en molts aspectes: humanitzant el llibre, triant pocs poemes perquè els lectors puguin assaborir-los a fons, restituint el text de l'original per acompanyar les traduccions. Però Abrams posa davant del lector català la Dickinson més dura, més concentrada i ferèstega, la que Manent no va voler o no va gosar traduir.
Nada menos que 1775. Ése es el número de poemas que nos dejó Emily Dickinson (1830-1886), de los que sólo vio publicados ocho. Pasó toda su vida en Amherst, Nueva Inglaterra, en el hogar de sus padres, apenas hizo cuatro o cinco viajes fugaces a ciudades cercanas como Washington, Boston o Filadelfia, y sus amores casi cuesta llamarlos así. En un hermoso pasaje justificaba su existencia en soledad: Un alma con un Húesped / raro es que marche fuera, / pues la divinia multitud en casa / anula tal deseo. Así que sin necesidad de traspasar siquiera el umbral de su mente, recorrió las más extrañas latitudes, dialogó con seres de sombra y luz, y volvió ilimitado lo real al convertir las cosas más sencillas y cotidianas en símbolos inagotables. Su grandeza está en haberle sabido dar un rostro al misterio que ella veía en la naturaleza y en su propia alma, en haber practicado un poesía metafísica que no se pierde en abstrusas entelequias, sino que resulta cercana, sensorial, llena de fulgurantes intuiciones. Quizás por eso, de la lectura de sus poemas se sale como de una ardiente bruma, de una inquietante niebla que, a un mismo tiempo, oculta y revela lo que envuelve.
PRESENTAMOS en este tomo primero de las Poesías completas de Emily Dickinson los poemas que van del número 1 al número 600, siguiendo siempre la edición canónica de Johnson (1955). Emily Dickinson (1830-1886) fue una mujer culta y avanzada a su tiempo. Por expreso deseo de su padre, se formó en un internado femenino donde llegó a dominar las más diversas materias, como el latín, la astronomía o la botánica. Lectora ávida, admiraba a las hermanas Brontë y entre sus influencias son fundamentales las de la Biblia y Shakespeare. Dickinson es, a la vez, una poeta coloquial y mística, cercana y metafísica a un tiempo. La poeta supo explorar los más profundos misterios de la existencia expresándolos con las palabras más cotidianas. Sus poemas reúnen el doble requisito de toda gran poesía: presentar mensaje y aura, esto es, decir cosas importantes y decirlas tocada por la gracia del espíritu. La obra de Dickinson es una aspiración al pleno espíritu y como tal ha de ser leída. Representa el afán de conseguir lo más alto sin renunciar, y aquí está su grandeza, a lo más humilde. Estos primeros 600 poemas presentan un universo sensual e intuitivo, una mística de la exploración de lo sagrado y lo pasajero, de lo divino y lo más humano. Harold Bloom dijo de la autora que supo desarrollar otra manera de ver, casi en la oscuridad. Emily Dickinson nació en Amherst (Massachusetts, Estados Unidos), en 1830, y allí también falleció en 1886.