Durante muchos siglos Tiberio ha sido un monstruo para la humanidad, casi comparable a Nerón o a Calígula en su maldad. No en vano fue el emperador de Pilatos, el Poncio que dejó crucificar a Cristo por cobardía. En contraposición, al final del siglo XVIII el espíritu racionalista rehabilitó la figura de Tiberio, siendo Voltaire uno de sus primeros defensores.