Uno de los momentos en que los alumnos me han enseñado fue aquel día en que Charles vino a despedirse. Se marchaba con el Ejército de los Estados Unidos. Yo le había conocido de pequeño, con diez años. Aquel chico demostró ser simpático y de una puntería descomunal, ya que con una piedra rompió el cristal de entrada del colegio a gran distancia.

Le dije lo que pude en esas circunstancias. Luego me enteré de que su padre había fallecido en un accidente de aviación y su madre trabajaba de azafata. Necesitaba ayuda.Y pienso que se la di: ahí estaba despidiéndose con un bagaje de formación que nadie puede comprar.- Mira -me dijo- te quiero agradecer todo lo que has hecho por mí estos años; tu paciencia, tu tiempo, tu cariño…

Hay sólo una cosa que te pediría que mejoraras para otros: no recuerdo que me hayas dicho que hacía las cosas bien.

Después de reponerme de la sorpresa y balbucear una excusa, nos fundimos en un abrazo de despedida. Mucho le he dado vueltas a esta anécdota. Siempre he creído que los adolescentes deben notar cariño y exigencia; ahora tenía un punto nuevo: reconocer sus méritos.