Tú eres la Paz,
por encima de todo.
De todo lo que los hombres tramen
para empapar en sangre
la lana del Cordero.
Por encima de todas las heridas
que los Caínes hagan
afilando la espada de la envidia.
Por encima de las falsas cruces
que mi soberbia invente
cuando no sé olvidarme.

Tú eres la Paz,
Señor,
¡Tú sólo! Sosiego de mi vida
eterno todo.

(Julián Herranz, «Atajos del silencio»)