Un hombre se encontró con un amigo y lo vio con mala cara: “¿qué te pasa?”, le preguntó. “Estoy agotado de esta mañana: mira, sonó el despertador y se me apareció mi ángel de la guarda y me dijo: venga, levántate que es la hora; y cuando iba a hacerlo, se me apareció el demonio y me dijo: ¿dónde vas tan temprano?; descansa hasta que te encuentres realmente bien. El ángel me dijo: no cedas, sabes que tienes cosas que hacer y es importante que te levantes; entonces el demonio me dijo: no hagas tonterías, luego estarás cansado y no rendirás, mejor es que te quedes un poco. El ángel insistió: no te dejes engañar, salta de la cama como habías previsto; y el demonio volvió a la carga: con el frío que hace fuera, te puede dar algo, mejor ir tranquilo…” Oye, y ¿qué pasó al final?, preguntó el amigo. “Pues, ganó el ángel…, después de dos horas de agotadora lucha”.

(«Orar con el Avemaría», p. 22)