1. Escuchar la profecía de Simeón

El anciano Simeón en el templo fue un contemporáneo de Jesús de Nazaret. Aparece en el Evangelio según San Lucas (Lc 2, 25 – 35), cuando Jesús, recién nacido, es llevado al Templo de Jerusalén para ser presentado al Señor. Simeón de quien el citado evangelio señala que era «justo y piadoso y esperaba la restauración de Israel» (v. 25), señalándose además que poseía un espíritu profético ya que «le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor»(v. 26). Al entrar Jesús en brazos de sus padres, se acercó al niño y le dedicó su famoso cántico, llamado por la Iglesia Nunc dimittis:

Ahora, Señor, tu promesa está cumplida:
ya puedes dejar que tu siervo muera en paz.
Porque he visto la salvación
que has comenzado a realizar
ante los ojos de todas las naciones,
la luz que alumbrará a los paganos
y que será la honra de tu pueblo Israel.

Lc 2, 29-32

También profetizó a María, la madre de Jesús:

¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma!
Lc 2, 35

La anterior frase es interpretada por la tradición católica como profecía de la pasión de Cristo presenciada por su madre.

2. Huir a Egipto con Jesús y San José

Sin poner objeciones José obedece y parte a Egipto, pues sus planes personales e intereses propios están totalmente al servicio de Dios.

“Después que ellos partieron, un ángel del Señor
apareció en sueños a José, diciéndole: Levántate,
toma al niño y a su madre y huye a Egipto, y estáte
allí hasta que yo te avise; pues Herodes ha de buscar
al niño para matarle. Levantándose José, tomó al niño
y a su madre, de noche, y se retiró a Egipto”.

(Mt 2, 13-14)

3. Perder a Jesús en el templo

«Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres…
Y sucedió que al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas»

(Lc 2, 41-47)

«El hallazgo de Jesús en el Templo es el único suceso que rompe el silencio de los Evangelios sobre los años ocultos de Jesús. Jesús deja entrever en ello el misterio de su consagración total a una misión derivada de su filiación divina: «¿No sabíais que me debo a los asuntos de mi Padre?» » (CIC, 534).

4. Encontrarse con Jesús en el camino del Calvario

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.

En la subida al Calvario Jesús encuentra a su madre. Sus miradas se cruzan. Se comprenden. María sabe quién es su Hijo. Sabe de dónde viene. Sabe cuál es su misión. María sabe que es su madre; pero sabe también que ella es hija suya. Lo ve sufrir, por todos los hombres, de ayer, hoy y mañana. Y sufre también ella.

En verdad, Jesús,
te duele hacer sufrir de ese modo a tu madre.
Pero tienes que hacerla partícipe
de tu divina y tremenda aventura.
Es el plan de Dios
para la salvación de toda la humanidad.

Para todos los hombres y mujeres de este mundo, pero en particular para nosotros, familias, el encuentro de Jesús con la madre allí, en el camino del Calvario, es un acontecimiento intensísimo, siempre actual. Jesús se ha privado de la madre para que nosotros, cada uno de nosotros –también nosotros esposos– tuviéramos una madre siempre disponible y presente. Por desgracia, a veces nos olvidamos. Pero cuando recapacitamos, nos damos cuenta de que en nuestra vida de familia muchísimas veces hemos acudido a ella. ¡Qué cerca de nosotros ha estado en los momentos de dificultad! ¡Cuántas veces le hemos recomendado a nuestros hijos, le hemos suplicado que intervenga por su salud física y aún más por una protección moral!

5. Ver a Jesús crucificado

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás y María Magdalena. Jesús, al ver a su madre, y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:  «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo:  «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.
Juan 19, 25-27

6. Recibir el cuerpo de Jesús

El cuerpo de Jesús es acogido en el abrazo de la Madre.

Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo.
 Juan 19, 32-35.38

La lanzada en el costado de Jesús, de herida se convierte en abertura, en una puerta abierta que nos deja ver el corazón de Dios. Aquí, su infinito amor por nosotros nos deja sacar agua que vivifica y bebida que invisiblemente sacia y nos hace renacer. También nosotros nos acercamos al cuerpo de Jesús bajado de la cruz y puesto en brazos de la madre. Nos acercamos «no caminando, sino creyendo, no con los pasos del cuerpo, sino con la libre decisión del corazón». En este cuerpo exánime nos reconocemos como sus miembros heridos y sufrientes, pero protegidos por el abrazo amoroso de la madre.

7. Enterrar a Jesús

50 Y resulta que había un hombre bueno y justo llamado José, que era miembro del Consejo. 51 (Este no había votado en apoyo del complot y la actuación de ellos). Era de Arimatea, una ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. 52 Él se presentó delante de Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. 53 Y bajó el cuerpo y lo envolvió en tela de lino de calidad. Luego lo puso en una tumba excavada en la roca, donde todavía no habían puesto a nadie. 54 Ahora bien, era el día de la preparación, y el sábado estaba a punto de empezar. 55 Las mujeres que habían venido con él desde Galilea fueron también hasta allí. Echaron un vistazo a la tumba y vieron cómo habían puesto el cuerpo. 56 Luego se volvieron para preparar especias aromáticas y aceites perfumados. Pero, por supuesto, descansaron el sábado, según el mandamiento.
Lucas 23, 50-56