Tomás Moro, político, escritor y mártir. No es un converso en el sentido estricto del término pero es converso porque tuvo que decidir entre su fe, su fidelidad a la Iglesia y a su conciencia, y el servicio y la obediencia al rey; entre los honores mundanos y su recta conciencia, y eligió lo segundo, muriendo por ello.

En la Carta Apostólica para la proclamación de Santo Tomás Moro como patrono de los gobernantes y de los políticos, el Papa Juan Pablo II nos recuerda «la dignidad inalienable de la conciencia», «el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella» (Gaudium et spes, 16)

Inteligente y culto, estudioso y crítico, persona de gran elocuencia, con un estilo elegante y directo. Supo ser libre en su pensar y sentir, libre en la escritura, libre a los ojos de Dios, por eso es un converso, porque recibió la llamada de Dios que le pedía todo, la vida incluida. Aceptó la voluntad de Dios y fue libre en su defensa marcada por un juicio y una sentencia ya marcadas de antemano.No tenía posibilidad alguna pero demostró su categoría humana, su inteligencia y su fidelidad. Testimonio fiel ante la corrupción política; de una actualidad clamorosa, fiel a su conciencia y a Dios, ganó la visión de lo eterno elevado a los altares y glorificado como político, pensador y mártir, con el patronazgo de la vida política, porque fue fiel a la vocación de santidad. Su formación humanística fue la admiración de su época; conferenciante, gran comunicador, poeta, no encontraba su sitio en el mundo; estudioso de la patrística, especialmente San Agustín. Tomás Moro dudaba entre su carrera mundana y la vida sacerdotal. Hombre de intensa oración y penitencia, temía no ser fiel al sacerdocio y desistió.

Tuvo un gran éxito en la Corte, fue parlamentario y portavoz, y se enfrentó al rey en múltiples ocasiones poniendo en peligro su vida. Tenía un sentido muy estricto de la justicia. Se casó felizmente, en primeras nupcias y más tarde en segundas nupcias. De carácter alegre y sonriente, era un hombre sincero y amable, dado a la amistad, fiel y paciente… así lo describe su amigo Erasmo de Rotterdam en 1519.

Hombre de gran talento, sabía acomodarse a las circunstancias, pero con sentido común, manteniendo sus convicciones más profundas.»Estimado por su indefectible integridad moral, la agudeza de su ingenio y con una erudición extraordinaria» (Carta del Santo Padre, 31 de octubre del 2000). Gran abogado, fue nombrado Canciller de Inglaterra, el primer seglar en ostentar el cargo.

Revolucionó la justicia, porque actuaba con eficacia y diligencia en las causas; defendió la ortodoxia contra los protestantes; gran escritor, renunció al cargo para no aceptar las ambiciones de poder del rey Enrique VIII, que sometía la Iglesia a su antojo. Se mantuvo neutral pero el rey quiso implicarle en sus problemas personales.

El 14 de abril de 1534, aprobada el Acta de Sucesión, Tomás Moro se negó al juramento obligado por el rey para aceptar su descendencia y su vida licenciosa bajo pretexto de buscar heredero. Ese no al rey fue determinante. Se le expropiaron las tierras que la Corona le había entregado, fue llevado a la Torre y acusado de alta traición; en prisión se dedicó a la oración y a la meditación; escribió «Diálogos sobre la consolación en la tribulación», tratado sobre la Pasión de Cristo (inacabado), y múltiples cartas, las conocidas Cartas desde la Torre, las Memorias para un hombre solo, con un epílogo, su última carta a su hija mayor, un testimonio de fe, con la certeza de la salvación, de la muerte corporal inminente, y con el consuelo que supo dar a los suyos y la alegría profunda de su partida al encuentro de su Señor. Fue una conversión permanente, toda una vida buscando y esperando la bienaventuranza eterna. Fue un literato, un político, un jurista, un converso y un santo.