Pelagio fue un monje irlandés, alto, fuerte y guapo –que eso también ayuda–, que vino a decir que no se necesitaba una gracia especial para recibir la salvación eterna; sencillamente porque Dios nos ha dotado a todos con suficientes facultades para que nosotros mismos y por nuestro esfuerzo lográramos ganar el cielo.
San Agustín le respondió, entre 412 y 415, San Agustín escribió cuatro obras dedicadas únicamente a discutir el pelagianismo: De peccatorum meritis et remissione libri III, De spiritu et litera, Definitiones Caelestii y De natura et gratia.
Entre las ideas más fuertemente defendidas por San Agustín (y rechazadas por los pelagianistas) están la existencia del pecado original, la necesidad del bautismo en la infancia, la imposibilidad de no cometer pecado si se vive al margen de Cristo y la necesidad de la gracia de éste.

«Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras» (San Agustín).