¡POR SI ACASO…!
(Generosidad)

            (cfr. Mt 14, 13-21; Mc 6, 32-44; Lc 9, 10-17; Jn 6, 1-15)

            Primera multiplicación de panes y peces (Jn 6, 1-15):

1 Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades,
2 y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos.
3 Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos.
4 Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos.
5 Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: «¿Donde vamos a comprar panes para que coman éstos?»
6 Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer.
7 Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco.»
8 Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro:
9 «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?»
10 Dijo Jesús: «Haced que se recueste la gente.» Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos 5.000.
11 Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron.
12 Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda.»
13 Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.
14 Al ver la gente la señal que había realizado, decía: «Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo.»

            David es un chaval de Betsaida que ayuda a su padre en las tareas del campo. Se entera de que llega a la región Jesús (el Maestro de Galilea, famoso por el contenido de su doctrina y por los milagros que realiza). Quiere conocerlo: verlo y escuchar sus enseñanzas. Puede ausentarse unos días de casa, pues le ha pedido permiso a su padre (que es quien lleva el peso principal del trabajo). Cuando se despide de su madre, ésta le prepara una “bolsa de excursión” con algunos panes y peces.

            Cuando llega al lugar donde está Jesús, encuentra allí a cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños… (cfr. Mt)

            Durante muchas horas el Señor les explica cosas sobre el Reino de Dios y el Evangelio recurriendo a ejemplos, imágenes y parábolas que aquellos hombres sencillo pueden entender. Es tan atrayente su mensaje y su persona que quienes le escuchan se olvidan hasta de comer. Los discípulos le dicen a Jesús: «despídelos», para que vayan a las aldeas a comprar algo para comer. Pero el Señor -que se había apiadado de ellos porque estaban como ovejas que no tienen pastor y por eso se había puesto a enseñarles (Mc)- no quiere despedirlos. Así que les dice a sus discípulos: «Dadles vosotros de comer».

            Los discípulos se apuran. Hacen cálculos: con doscientos denarios de pan… ¡apenas comería cada uno un poco! (un denario era lo que ganaba un obrero al día). El Señor -que sabía bien lo que iba a hacer- se sonríe ante ese apuro humano…

            Andrés, el hermano de Simón Pedro, descubre que David lleva alimento: y se lo pide. David, después de dudar un poco, abre su zurrón y le entrega cinco panes y dos peces. Andrés le dice al Señor: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero, ¿qué es esto para tantos?» (Jn)

            -“Hacedlos sentar en grupos de unos cincuenta” (Lc), les dice Jesús. Había mucha hierba en aquel lugar (Jn): debía de ser primavera. Así que se sentaron sobre la hierba.

            El Señor bendijo los panes y los peces, dio gracias y los distribuyó entre la gente por medio de sus discípulos (que, asombrados, veían como no se acababan los panes y los peces que iban repartiendo).

            Comieron todos hasta saciarse (¡cinco mil hombres sin contar mujeres y niños!) Y, a continuación, recogieron las sobras (¡”sobras” de cinco panes y dos peces!): doce cestos llenos (Mt, Mc, Lc, Jn)

            David se entretuvo un tiempo por allí, y finalmente regresó a su casa. Como ya habían vuelto muchos vecinos que habían presenciado el prodigio (habían saciado su hambre en aquella comida milagrosa), la madre de David, conocedora de todo lo sucedido, se congratuló con él mientras se lo comía a besos: -“¡Lo ha hecho con los panes y los peces que yo te había preparado! ¡Qué alegría!” Pero David seguía serio. –“¿Hijo mío, no estás contento -le insistía- de que haya hecho esto con tus panes y tus peces?” Y David… finalmente rompió a llorar, amargamente, mientras sacaba de su zurrón un pan ya duro y un pez estropeado que se había reservado, ¡por si acaso!… No había sido generoso porque le había faltado fe.
            Cuando escuché hace años a un sacerdote esta interpretación del pasaje evangélico, me quedé “de piedra”: siempre había oído resaltar la generosidad del muchacho que da los cinco panes y los dos peces, e incidir en la importancia de colaborar con el Señor para que Él haga -a través de nosotros- grandes milagros con las almas. Prefiero pensar que el muchacho dio todo lo que llevaba. Pero, claro, también queda la posibilidad de que el joven no fuese del todo generoso y se guardase algo (como hicieron Ananías y Safira en la escena que describen los Hechos de los Apóstoles)
            ¡Cuántas veces no nos habrá sucedido a nosotros!…:
            Un amigo, un familiar, un conocido, nos pide que recemos por un asunto importante que le preocupa. Le decimos que sí, que lo haremos, aunque quizá pensemos que eso es un milagro y no andamos nosotros para ir pidiendo milagros, así que pronto nos olvidamos. Y el milagro se realiza. Y nosotros sentimos la vergüenza -acrecentada cuando el amigo, familiar o conocido se acerca para agradecernos nuestra colaboración- de no haber sido suficientemente generosos.
            También sucede cuando se nos pide ayuda humana para solucionar un problema y -por despiste (por falta de atención a los demás)- se nos olvida y poco después nos dicen que dejemos de preocuparnos (¡y no nos hemos acordado del asunto!) porque ya se ha solucionado todo.
            Y -¡cómo no!- cuando el Señor se lleva a alguna persona querida a la que -somos conscientes- no hemos dado todo el cariño que debíamos cuando vivía junto a nosotros.
            No podemos olvidar que Dios es Nuestro Padre, que nos quiere “con locura” y que, cuando nos pide algo, siempre se preocupa de todas nuestras necesidades: sería falta de confianza en Él andar “reservándonos” cosas -tiempo, dinero, caprichos, compensaciones egoístas- cuando descubrimos en la oración que nos está pidiendo todo en algún momento o en algún aspecto. Y… ¡qué vergüenza después, cuando percibimos la generosidad sobreabundante con la que Él paga nuestra pobre tacañería!: esa tacañería (falta de confianza, repito) haría que fuésemos incapaces de disfrutar del “ciento por uno” que tiene prometido a quienes se le entregan generosamente.
            SÍ: PARA SER PLENAMENTE FELIZ NO HAY OTRO CAMINO QUE VIVIR PLENAMENTE ENTREGADO.
Fernando del Castillo del Castillo