Hasta que un día entendió que Dios quería que tomara el hábito de santo Domingo. Ella mismo se lo refirió al padre Pedro de Loaysa: Cierto día, estando en su casa vestida con el hábito pardo de san Francisco, estaba labrando (cosiendo) con otras niñas, y vieron venir una palomita o mariposa más blanca que la nieve, retocada con otros colores blancos que la hermoseaban mucho.

Las niñas se alborotaron, pero la santa les rogó que estuviesen quedas y que aguardasen a ver dónde iba a parar, porque tenía para sí que traía una buena nueva. Sentáronse todas y la palomita poco a poco se fue a la santa Rosa y se le subió a los pechos hacia el lado izquierdo y se estuvo allí mucho tiempo hasta que, con curiosidad, llegaron a ver lo que hacía y hallaron que se había sentado sobre el corazón; y en él había dibujado otro corazón muy perfecto, blanco como de alfajor, lo cual visto por la santa, le dijo a este testigo que había entendido que quería Dios que fuese beata y tomase el hábito de santo Domingo.