Fue educado cristianamente por su abuela. Cuando tuvo la edad requerida, sucedió a su padre en el gobierno de su ducado. Su madre prefería a su segundo hijo y propicio la enemistad entre los hermanos. Una mañana, mientras Wenceslao iba a misa, su hermano lo esperaba para herirlo con la espalda. El joven rey detuvo el golpe y echó mano a su espada. Cuando se dio cuenta que el asesino era su hermano, murmuró: «Podría matarte, pero la mano de un siervo de Dios no debe mancharse con el fratricidio». Fue asesinado por los sicarios de Boleslao. Este príncipe cristiano anteponía sus deberes religiosos a los de soberano e impuso a su cuerpo la dura disciplina del cilicio y las diarias mortificaciones. Su hermano Boleslao le sucedió. La devoción popular hacia el santo creció por los prodigios que se obraban sobre la tumba del mártir.