Vivió entre 1499 y 1562. Natural de la ciudad de Alcántara, estudió en la Universidad de Salamanca, y al regresar a casa se hizo franciscano de la Estricta Observancia en Majaretes en 1515. Pocos años después, comenzó a predicar con gran éxito. Prefirió predicar a los pobres; y sus sermones, en gran parte basados en los profetas y los libros sapienciales, manifiestan la más tierna simpatía humana. Franciscano y reformador de su Orden; ayudó también a Santa Teresa en la Reforma Carmelitana. Se le reconocen varios milagros. Su vida fue de extrema austeridad. De él decía Santa Teresa, con su gracia habitual, que parecía hecho de raíces de árbol, por lo delgado que debía de ser. Viste el hábito franciscano con una capa que le llega a la rodilla. Se cuenta que iba siempre descalzo. Fue más predicados que escritor, aunque se conserva de él un Tratado de la Oración y la Contemplación. Lo más sorprendente de las gracias de este santo fue su don de contemplación y la virtud de penitencia. Y no menos extraordinario fue su amor a Dios, el cual, en ocasiones, era tan ardiente que le causaba, al igual que a san Felipe Neri, dolor sensible, y a menudo era raptado por el éxtasis. La pobreza que practicó e impuso fue tan alegre como real, y frecuentemente dejaba que se sintiera hasta la necesidad de los indispensables. En confirmación de sus virtudes y misión de reforma, Dios obró numerosos milagros a través de su intercesión y por su presencia misma. Se le suele representar con atributos que hacen referencia a su vida de austeridad y meditación como sería el cráneo y un crucifijo. El crucifijo a veces portado por ángeles.