«A pesar de todo, reconozco que estas citas regulares con el Señor me producen un efecto de pacificación interior. No es una paz que sienta siempre con la misma intensidad, pero es un resultado frecuente de mis ratos de oración. Eso me permite estar más tranquilo, más confiado, poner una cierta distancia respecto a los problemas y preocupaciones, dramatizar menos las dificultades que encuentro en la vida… Y me doy cuenta de que esta paz, este poner a distancia las inquietudes, no es fruto de mis reflexiones o esfuerzos psicológicos, sino que la recibo como un don, una gracia. A veces, de modo inesperado: tendría todas las razones del mundo para estar inquieto, pero mi corazón recibe una tranquilidad que me doy cuenta que no es cosa mía. La fuente es Otro…”.

(Jacques Phlippe, “La oración, camino de amor”)