“Ya nadie se atreve a decir que lo que afirma la fe es cierto, pues teme ser intolerante, incluso frente a otras religiones o concepciones del mundo. Y los cristianos se dicen que nos atemoriza esa elevada reivindicación de la verdad.

Por una parte, esto, es cierto en modo, es saludable. Porque si uno se dedica a asestar golpes a su alrededor con demasiada rapidez e imprudencia con la pretensión de la verdad y se instala en ella demasiado tranquilo y relajado, no sólo puede volverse despótico sino también etiquetar con enorme facilidad como verdad algo que es secundario y pasajero.

La cautela a la hora de reivindicar la verdad es muy elevada, pero no debe provocar el abandono generalizado de dicha pretensión, pues entonces nos movemos a tientas en diferentes modelos de tradición.”

(J. Ratzinger, “Dios y el mundo”)