“Como hoy estaba abandonado de todos,
como la vida (…) como el veneno
ya me llegaba al corazón,
mi corazón rompió en un grito,
y era tu nombre, Virgen María, madre. (30 años hace que no te invocaba)

(…)

Déjame ahora que te sienta humana,
madre de carne sólo,
igual que te pintaron tus más tiernos amantes,
déjame que contemple, tras tus ojos bellísimos,
los ojos apenados de mi madre terrena,
permíteme que piense
que posas un instante esa divina carga
y me tiendes los brazos,
me acunas en tus brazos,
acunas mi dolor,
hombre que lloro.

Virgen María, madre dormir quiero en tus brazos hasta que en Dios despierte”.

(Dámaso Alonso, “Hijos de la ira”)