Quevedo hizo una apuesta con un amigo:
– A ver quién de los dos diría a la reina a la cara que era coja.
El amigo, Luis de Góngora, le respondió que ni se le pasara por la cabeza: que sería castigado.
Quevedo, que era un guasón de cuidado, se presentó ante la reina, con una flor en cada mano, y ofreciéndoselas a la vez, le dijo: entre el clavel y la rosa su majestad escoja.
La Reina eligió y Quevedo no fue castigado, ganó la apuesta.

Ahora una corta y jugosa reflexión para esta anécdota…

Es bien sabido que los defectos corporales no deben ser mencionados, como exige la caridad. También que hay muchas maneras de decir las cosas: dependiendo el mensaje (qué se quiere decir) y el receptor (a quién). Y que se pueden decir la mayoría de ellas, dependiendo de cómo se diga. Conviene pues darse un tiempo antes de comentar algo desagradable; pensar en cómo decirlo.
Por otra parte conviene no tomarse confianzas con los más cercanos, menos con los vecinos y así sucesivamente hasta llegana, con la que no se debe bromear de ninguna manera.