La era de las revoluciones liberales no solo aconteció en Europa, como se señala tradicionalmente. También se prodigó en todo el continente americano. México no fue una excepción. Y en el centro de este proceso liberal destacaron las Milicias cívicas, que además de ser una fuerza militar también eran actores políticos y un medio óptimo de movilización social. Por su composición social y características organizativas se convirtieron en un instrumento no solo de nacionalización y politización de las clases populares, sino también en un medio institucional de defensa de las prerrogativas federales. En estas fuerzas milicianas residió la verdadera potencialidad del federalismo durante la I República, capaz de discutir y rechazar las veleidades centralistas de las clases dirigentes nacionales. En los años treinta y cuarenta, las clases dirigentes, tanto de los estados como desde el poder nacional, se moderaron. El recurso al centralismo fue su opción política para desarmar y controlar a las clases populares encuadradas en las Milicias cívicas a la vez que se potenciaba al Ejército como la fuerza armada del Estado. Con este estudio queremos seguir revisando la imagen historiográfica presenta a México como el país de un solo hombre, ya fuera Santa Anna, Bustamante, Gómez Farías o Alamán. Por el contrario, la construcción del Estado-nación mexicano estuvo supeditada a las coaliciones y tensiones entre los actores nacionales y regionales, sin olvidar nunca a las clases populares. Una multitud de actores, pero todos expectantes hacia el papel de las Milicias cívicas.