Goethe empezó a escribir estas Elegías en Roma en 1788, durante su primer viaje a Italia, y las principales influencias literarias que en ellas se pueden vislumbrar son las de Horacio y Oviio, aunque más que mopdelos poéticos, lo que marca al poeta es un horizonte vital profundamente distinto de aquel en el que había vivido hasta entonces en Alemania, en especial en la pequeña corte de Weimar. La inmersión de quien se consideraba un pagano, y así lo declara en sus versos, en un mundo sensual, cálido, hedonista, enmarcado por los innumerables restos del mundo antiguo, sin las ataduras cotidianas de su país, con libertad para galanteos y aventuras eróticas propias de un soltero con posibles, un ministro vividor y mundano, que no había cumplido los cuarenta, y a quien “no le gustaba dormir solo”, despierta eun espíritu nuevo en el poeta que, muy consciente del cambio experimentado, elige para plasmarlo formas clásicas, tanto en la estrofa –elegíaca– como en los versos correspondientes –hexámetros, pemtámetros–, forzando a su idioma alemán a adaptarse a los correspondientes modelos de la antigüedad. Terminadas tras su vuelta a Weimar, se publicaron en la revista Die Horen en julio de 1795, pero cuatro de ellas, las que resultan más “escandalosas” fueron retiradas, y la revista publicó sólo las veinte primeras. Las cuatro restantes, situadas al final de nuestra edición, no vieron la luz hasta el año 1914, y ésta es la primera vez que se traducen al castellano.