El Islam Español, desde su asentamiento en siglo VIII, supo construir una civilización de una brillantez sólo comparable al imperio bizantino. Sus campos, atravesados por múltiples acequias y canales, colmaron los graneros y mercados de unas ciudades abigarradas de gentes de diversas etnias y religiones, equipadas con multitud de mezquitas, iglesias, sinagogas, escuelas y baños, y defendidas por murallas y alcazabas, en contraste con los reinos cristianos del norte peninsular, inferiores numéricamente y sometidos a una economía de subsistencia.