En este presente estado de cosas (notable por una rara deficiencia para todo cuanto concierne a la fiesta) una institución como la corrida —que parece, en más de un aspecto, desarrollarse siguiendo un esquema análogo al de la tragedia antigua— adquiere un valor particular, a partir del hecho de que parece ser efectivamente la única, en nuestro mundo occidental moderno, capaz de responder a las exigencias que tendríamos derecho a esperar que diera satisfacción todo espectáculo, tanto en el marco de la vida real como ante la falsa apariencia de un decorado o sobre el suelo inconmovible de una pista de entrenamiento. Analizado bajo el ángulo de las relaciones que presenta, especialmente, con la actividad erótica, el arte taurómaco revestirá, podemos presumirlo, el aspecto de uno de esos hechos reveladores que nos iluminan acerca de algunas partes oscuras de nosotros mismos en la medida en que actúan merced a una especie de simpatía o semejanza, y cuya potencia emotiva se debe a que son espejos que encierran, ya objetivada y como prefigurada, la imagen misma de nuestra emoción.