Anécdota contada por el arzobispo François Xavier Nguyên Van Thuân a
Juan Pablo II durante sus Ejercicios Espirituales de ese año (12-18 de
marzo, 2001). 
«Como peregrino divino, –dice el predicador del Papa– Jesús
ha implantado en nuestro corazón su arte de amar. Donde éste florece,
los hombres advierten el perfume de la Buena Nueva. Recuerdo ciertos
momentos de mi vida. Cuando estuve en aislamiento, me confiaron a un
grupo de cinco guardias: por turnos, dos estaban siempre conmigo. El
jefe les dijo: «Os sustituiremos cada dos semanas por otro grupo, para
que no os ‘contaminéis’ con este peligroso obispo». Pero enseguida
decidieron: «No, os cambiaremos más, si no, este peligroso obispo
contaminará a todos los vigilantes». Al principio los guardias no
hablaban conmigo. Contestaban sólo sí o no. Era verdaderamente triste.
Quería ser atento y cortés con ellos, pero era imposible. Evitaban
hablar conmigo. Una noche me vino un pensamiento: «François, tu eres
todavía muy rico, tienes el amor de Cristo en tu corazón; ámales como
Jesús te ha amado». Al día siguiente empecé a amarles, a amar a Jesús
en ellos, sonriendo, intercambiando con ellos palabras amables. Comencé
a contarles historias de mis viajes al extranjero, sobre cómo vive la
gente en América, en Canadá, en Japón, en Filipinas…, sobre la
economía, la libertad, la tecnología. Ello estimuló su curiosidad y les
empujó a hacerme muchísimas preguntas. Poco a poco nos hicimos amigos.
Quisieron aprender las lenguas extranjeras: francés, inglés… Así que
improvisamos una escuela de idiomas. ¡Mis guardias se convirtieron en
mis estudiantes!»».«En la montaña de Vinh Phú, –sigue contando Van
Thuân– en la prisión de Vinh Quang, un día de lluvia tuve que cortar
leña. Pregunté al guardia:–¿Puedo pedirle un favor?»–Dígame. Le
ayudaré.–Quisiera cortar un trozo de madera en forma de cruz.–No sabe
que está terminantemente prohibido tener cualquier símbolo
religioso?»–Lo sé –repuse– pero somos amigos, y prometo
esconderla.–Resultaría extremadamente peligroso para los dos.–Cierre
los ojos, lo haré ahora, y seré muy cauto.»El se retiró y me dejó solo.
Corté la cruz y la tuve oculta en un trozo de jabón hasta mi
liberación. Con una moldura de metal, éste trozo de madera se convirtió
en mi cruz pectoral. En otra prisión, pedí un tramo de cable eléctrico
a mi guardia, que ya era amigo mío. Asustado, me dijo: «He estudiado en
materia de seguridad que si alguien quiere cable significa que quiere
suicidarse». Le expliqué: «Los sacerdotes católicos no cometen el
suicidio». «¿Y qué quiere hacer con un cable?». «Quisiera hacer una
cadena para llevar mi cruz», le respondí. «¿Cómo puede hacer una cadena
con un cable eléctrico? ¡Es imposible!». «Si me trae dos pequeñas
tenazas se lo mostraré».»¡Es demasiado peligroso!». «¡Pero somos
amigos!»»«Vaciló –continúa explicando monseñor Van Thuân, sin embargo
a los tres días me dijo: «Es difícil negarle algo a usted». Y actuando
de manera que nadie nos descubriese, con dos pequeñas tenazas cortamos
el cable en trozos de la dimensión de una cerilla, los trabajamos…
hicimos esta labor de 7 a 11 de la noche, antes de que llegase el
relevo de guardia. Esta cruz y esta cadena la llevo conmigo cada día,
no porque sean recuerdos de la prisión, sino porque indican una
convicción profunda, una llamada constante para mí: sólo el amor
cristiano puede cambiar los corazones, nolas armas ni las amenazas. El
amor lo vence todo. Es el amor el que prepara el camino al anuncio del
Evangelio. Es el amor la primera evangelización».
D. Evaristo