«No digas: “No puedo influir en los demás”, pues si eres cristiano de verdad es imposible que no lo puedas hacer (…). Es más fácil que el sol no luzca ni caliente que no que deje de dar luz un cristiano; más fácil que esto sería que la luz fuese tinieblas (…). Si ordenamos bien nuestra conducta, todo lo demás seguirá como consecuencia natural. No puede ocultarse la luz de los cristianos, no puede ocultarse una lámpara tan brillante»

(S. Juan Crisóstomo, Homilía XX)