Ocurrió en el Camino de Santiago.
Éramos muchos y nos veíamos cada tarde en los distintos albergues.
La sociedad se reflejaba en el amplio espectro de personajes.
Y detrás de cada uno, una historia.
Aquel alemán de barba prieta y cabeza poco poblada, de mediana edad y complexión fuerte nos contó en Tosantos (Logroño) la historia de la piedra.
Cada día salía a hacer sus veintitantos kilómetros y buscaba una piedra.
Tenía que corresponder en tamaño con la magnitud del problema de la persona a quien se lo dedicaba.
Y es que llevaba todo el trayecto dicha piedra para al final ofrecérsela a Dios en petición por una persona en concreto: alguien de su familia, un amigo…
Aquel día decidió escoger una piedra y dedicársela a una amiga de la familia, Cecilia, que tenía grandes problemas. Durante el camino rezó por ella.
Así llegó a la Iglesia de Santo Domingo de la Calzada, donde se veneran los restos de dicho santo, en esa población de Burgos.
Llegó al primer altar y descubrió que entre el altar y la pared había un hueco.
La piedra, curiosamente se ajustaba a la perfección al hueco.
Luego miró al santo que resultó ser una mujer.
Observó, con asombro el nombre, escrito a grandes rasgos en la peana: Santa Cecilia.
Dio gracias a Dios por la confirmación de que le había escuchado, pues comantaba que nunca había visto ninguna estatua de esa santa, ni sabía que existía.
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