Llorar

Hay muchas cosas por las que llorar, muchas cosas que nos hacen llorar. Cosas objetivas y subjetivas, lloros de amor y lloros de tristeza; lágrimas de emoción y triunfo como las de Belleti en París.

Otras veces, llorar nos avergüenza, somos así de complicados.

No hace mucho subía en el ascensor con un peón de la obra en la que estoy metida. Una obra que también me hace llorar, de ilusión, de cansancio y de ver que a veces las cosas se complican…

Pues en el corto trayecto de subida, el peón, un hombre joven, alto y fuerte, de esos que con un dedo te tumba, me decía que le gustaba llevar a su hijo de cuatro años a la iglesia. Que lo cogía entre sus manos para que pudiera besar un Cristo de esos bien grandes y bonitos que hay por nuestra geografía española.

Me confesaba sin tapujos que cada vez que hace eso y se fija en Cristo crucificado, se le caen las lágrimas y no puede contenerse.

De verdad que tuve la lección para el día y para días. Si yo supiera también gastar mis lágrimas contemplando a Cristo que se nos dio por amor…; otro gallo cantaría en mi vida y en la de los que me rodean. No soy masoca, simplemente recuerdo eso del don de lágrimas (llanto de contrición por los pecados propios y ajenos; llanto de compasión por los sufrimientos de Cristo, pendiente en la cruz).

Texto: Sor Gemma Morató