Cuando fue admirada por su belleza, Rosa cortó su cabello y se echó pimienta a la cara, molesta por haber atraído pretendientes. Rechazó a todos sus pretendientes, a pesar de la oposición de amigos y familiares. Rosa pasaba varias horas al día observando el Sagrado Sacramento, el cual recibía a diario – una práctica extremadamente rara en aquella época. Finalmente, después de 10 años, hizo voto de virginidad. Rosa atrajo la atención de los frailes de la Orden Dominica. Ella deseaba convertirse en monja, pero su padre lo prohibió, por lo que al cabo de unos años ingresó en la Tercera orden de Santo Domingo a imitación de su admirada santa Catalina de Siena.

A partir de entonces se recluyó, prácticamente, en la ermita que ella misma construyó, con ayuda de su hermano Hernando, en un extremo del huerto de su casa. Solo salía para visitar el templo de Nuestra Señora del Rosario y atender las necesidades espirituales de los indígenas y los negros de la ciudad. También atendía a muchos enfermos que se acercaban a su casa buscando ayuda y atención, creando una especie de enfermería en su casa. Muchos biógrafos escriben que ayudaba a fray Martín de Porres, lo cual no está probado en el texto del «Proceso de Martín de Porres» (Lima 1579-1639), el cual es santo desde 1962. Rosa se permitía dormir solo dos horas al día, de tal forma que pudiera dedicar más tiempo a la oración. Usaba una pesada corona de plata, con pequeñas espinas en su interior, emulando la Corona de Espinas de Jesucristo.


Patrona Latinoamericana. 1586-1617. El Papa Clemente X, en la Bula de canonización de Santa Rosa, decía: «A la ciudad de los Reyes, como se suele llamar a Lima, no le podía faltar su estrella propia que guiara hacia Cristo, Señor y Rey de Reyes».