Si la virtud nos lleva a la vida feliz, diré que ella no es más que el sumo amor de Dios, pues la misma división de las virtudes procede de cierto afecto distinto del amor. Y así, me place definir la templanza como el amor que se da íntegramente al que ama; la fortaleza es el amor que todo lo tolera por lo que ama; la justicia, el amor que sirve sólo al amado y que, por lo mismo, domina rectamente; y la prudencia es el amor que con sagacidad escoge lo que ayuda a amar y deja lo que lo impide.

(San Agustín: De moribus Eccl. cath. et manich. I, 15, 25)