Desde pequeño, Felipe era amante de la oración. Tuvo una experiencia mística que le llevó hasta Roma donde se entregó, día y noche, a la oración. Fortaleció su interior y se confirmó en su deseo de servir a Dios y, más tarde, se consagró al Apostolado. La obra de San Felipe consistió en reevangelizar la ciudad de Roma y lo hizo con tal éxito, que un día se le llamaría «el Apóstol de Roma». San Felipe tenía el don de curación y en sendas ocasiones predijo el porvenir. Vivía en estrecho contacto con lo sobrenatural y experimentaba frecuentes éxtasis. Sufrió varias enfermedades y dos años antes de morir logró renunciar a su cargo de superior. Fue canonizado en 1622 y el cuerpo incorrupto de San Felipe está en la iglesia de Santa María en Vallicella.