Su oficio era el de recaudador de impuestos y le atraía la idea de hacerse rico. Sin embargo, una vez que se encontró con Jesucristo dejó su ambición de dinero y se dedicó a buscar la salvación de las almas y el Reino de Dios. Mateo aceptó la invitación de Jesús para conseguir un puesto de primera clase en el Cielo. Desde entonces, estuvo siempre al lado de Jesús, que lo nombró como uno de sus 12 Apóstoles. Los judíos le azotaron por predicar la Resurrección de Jesús. Cuando se dio la persecución contra los cristianos en Jerusalén, Mateo se fue a evangelizar al extranjero. Lo hizo en Etiopía, donde murió martirizado.