24 de septiembre de 2007: Father James muere santamente en su casa de Lagos, Nigeria.

Mi testimonio, pues soy el único testigo de lo que voy a narrar.

Es el sello de una vida santa. El último suspiro.

Le conocí en 1989, en Lagos.

Hombre alto, membrudo, simpático, sonriente, varonil. Hombre de acción, juicioso, de pocas palabras, de gran criterio. Nunca entendí que hacía lo que le apetecía: siempre pensé que tomaba decisiones conforme a lo que más convenía: por ello pensé que, aún siendo un hombre de grandes virtudes, podría resaltar especialmente la virtud de la fortaleza, quizá hermanada o ayudada por una gran fe.

Relataré un hecho ocurrido alrededor de 1994.

Era una etapa especialmente difícil en Lagos: si los saqueos y atracos a mano armada siempre amenazados con pena de muerte- han sido algo corriente,  en aquel entonces era una ocurrencia alarmante y más que diaria.

Nos hallábamos de sobremesa (tertulia familiar) en Helmbrigde, uno de los centros del Opus Dei de Lagos (Nigeria). No había electricidad, como era habitual. Estábamos a dos velas, dialogando de los acontecimientos de la jornada.

Suena el teléfono. Uno de nosotros (¿quién sería: Tseye, Sebastian Fernando, Eugene…?) se apresura a contestar. Esta vez era para Fr. James. Le llamaban la chicas: eran de la casa de Wavecrest, el único centro de chicas de Lagos entonces, en donde se concentraban más de cuarenta mujeres del Opus Dei.

Una casa rodeada de un generoso jardín. Como no tienen armas, las puertas están protegidas y apuntaladas.

La llamada pedía ayuda con preocupación y congoja:

– Father James. Ayudennos. Llamen a la policía: hay más de cuarenta ladrones a mano armada rodeando la casa…

Después de colgar el teléfono, Fr. James reflexiona unos instantes…  

Me llama. Me explica la situación. Decidimos ir sin más dilación a la comisaría de policía  en busca de refuerzos.

La calle sin iluminación, llena de gente a oscuras, no ayuda a marchar velozmente.

Pero a los pocos minutos aparcamos delante del lúgubre local oscuro del que sale un solo policía.

Descubrimos que era el único que se hallaba en aquella mugrienta comisaría. Detrás de él se oía el lamento de varias voces de prisioneros en mazmorras interiores, ocultas a nuestra vista…

Le explicamos la situación. Antes de acabar, éste comienza a menear la cabeza, en negación… No hay nadie que pueda ayudarnos… Nos dice que la patrulla está atendiendo otra llamada de emergencia…

– Tendrán ustedes que esperar.

– Pero nuestro caso es de vida o muerte… (argumentamos)

– No puedo hacer nada.

– Llámeles por teléfono (entonces no había móviles).

– No va el teléfono.

– Utilice el Walkie-talkie.

– Las pilas están muertas…

Nos miramos Fr. James y yo, sin otro recurso que acudir a Dios…  Convenimos en pedir ayuda a San Josemaría: y comenzamos a rezar la estampa de San Josemaría, que nunca falla.

Al final de la estampa (tampoco falló esta vez), apareció el vehículo repleto de militares y policías con chalecos antibalas y metralletas. El inspector-jefe de la policía no les dejó apearse del pick-up. Nos dijo que fuéramos a Wavecrest y les ordenó que nos siguieran. Estos pusieron la sirena a todo volumen y, por fin, supimos lo que era la velocidad en lo oscuro de la noche de la populosa ciudad africana.

Fr. James, dentro de su sotana blanca, rezaba con gran tensión.  Y yo conducía y rezaba, con la policía en los talones, casi más rápida de lo que nuestro coche podía alcanzar.

Llegamos a las inmediaciones de Wavecrest, en la Calle Adelabú, en Surulere, Lagos. No había circulación, ni viandantes, situación poco común si se comparaba con otros días a la misma hora.

Los policías y soldados se apostaron a lo largo de la valla del jardín (por fuera). Fr James y yo, nos agazapamos en la columna de entrada.

Escuchamos sonidos. Se oía un lamento, como de alguien llorando, en el jardín. 

También ruído y gritos de mujer. 

Esperábamos a que la policía se moviera, pero de allí no se movía ni Blas. 

Les hacíamos gestos. Pero nada. A escuchar el ambiente. La tensión crecía. 

La cobardía de los policías movió a Fr. James a saltar. Me tomó del antebrazo para impulsarse.

Me miró a la cara y me dijo en latín: Si Deus nobis… Quis contra nos? (Si Dios está con nosotros… ¿quién está contra nosotros?) Y se adentró en el jardín. Yo sólo pude espetar un Fr. James pare… ¿adónde va…? Y me imaginé su pecho valiente ensangrentado.

Fueron un instante tensísimo… Los soldados se aferraban a sus armas. No hubo tiros. Fr. James habló con las chicas en español. Le dijeron desde la ventana que los asesinos, al oír las sirenas habían huído, dejando al guarda malherido a machetazos en el césped del jardín.

Dimos gracias Dios. También a los pobres policías, que venían de otra refriega donde confesaron haber perdido a varios compañeros… En agradecimiento les obsequiamos con algún dinero, poco éramos y somos pobres. Pero, agradecidos y eso hicimos…

En mi memoria ha quedado aquel instante como uno de los más arriesgados de mi vida. 

Pero también uno en los que he visto de una manera heroica poner en práctica las virtudes de la fe y de la fortaleza a una persona del Opus Dei, Fr. James Muñoz Chápuli. Le vi muchas veces, todos los días, quizás eso sea más heróico. Pero lo que más quede probablemente sea un relato verídico como este que acabo de relatar.

Siempre pensé que me encontraba con una persona santa. (sigue la anécdota-testimonio…)

He aquí un vídeo testimonio de FATHER JAMES en el que él mismo explica la labor que ha realizado durante más de cuarenta años en África.

Conozca a un santo en vida. De él yo mismo doy fe, Juanfro, el autor de este testmonio.

Haz lo que quieras

D. Jesús Muñoz Chápuli falleció el pasado 24 de septiembre en Nigeria. Recogemos la transcripción del testimonio que hizo durante su última estancia en España

Un amigo suyo escribía en un blog: estuvo en Granada, -su ciudad natal, porque su tierra era ya Nigeria-, antes del verano, cuando pude estar con él por última vez y doy fe de que no paró quieto ni un momento, siempre buscando recursos y ayudas para su querida patria africana. En un par de semanas contabilicé más de cincuenta gestiones, con personas, instituciones públicas y privadas, empresas…, presentando proyectos, memorias, solicitudes…, hablando, rogando, convenciendo…, y aguantando más de un portazo en las narices. Hoy, precisamente, ha llegado la noticia de que una entidad financiera ha decidido aportar una cantidad sustanciosa de euros para un centro de capacitación de jóvenes en una zona de nueva desecación cerca de Lagos.

Procuramos -continúa el blog- esos días de junio pasado hacerle descansar, reponer su desvencijado ropero, alimentarlo –estaba en los huesos- y revisarlo bien por dentro; creíamos haberlo devuelto a Nigeria como nuevo; pero Dios sabe más: aunque nos duela su repentina muerte, aunque ahora nos falte su incansable trabajo a favor de ese inmenso y poblado país, la verdad es que había merecido de sobra un descanso de verdad, como sólo Él puede dar.

Granada, años cincuenta

Conocí el Opus Dei gracias a mi padre, que fue uno de los primeros supernumerarios del Opus Dei en Granada, junto con don Eduardo Ortiz de Landázuri. Pero mi contacto más directo fue por medio del Club Montañero de Estudiantes de Granada, que comenzaron dos universitarios del Colegio Mayor Albayzín.

Yo estudiaba entonces tercero de bachillerato en los Maristas, y era muy amigo de Manolo Ortiz de Landázuri. Y un día nos enteramos de que había un club que estaba comenzando, dirigido a chicos como nosotros, en el que organizaban excursiones de montaña.

La idea nos interesó y comenzamos a ir por el Club. A mí me gustaba mucho el tenis y el montañismo y aprendí a esquiar, se me daba muy bien. Me llamó la atención durante esas excursiones el ambiente de alegría que había en el land rover en el que subíamos a Sierra Nevada. Íbamos cantando por el camino en un ambiente de gran alegría.

Fui descubriendo el espíritu del Opus Dei –la santificación en medio del mundo-y muy pronto comprendí con claridad que Dios me llamaba a servirle en ese camino.

Cuando terminé el bachillerato me trasladé a Madrid, para estudiar Económicas. Luego me trasladé a Barcelona y regresé de nuevo a Madrid en cuarto curso. Durante aquel año cuando me propusieron ir a Roma. Acepté encantado.

En Roma, con San Josemaría

Y al acabar la carrera me fui a estudiar a Roma, donde conocí a San Josemaría y tuve la suerte de estar muchas veces con él. Vivía en el Colegio Romano, que entonces tenía su sede en Villa Tevere. Eran los años del Vaticano II y se acababa de elegir a Juan XXIII.

Recuerdo que durante aquellos años venían muchos Padres Conciliares y obispos a Villa Tevere para hablar con San Josemaría, que seguía con grandísimo interés y con un profundo amor a la Iglesia la marcha del Concilio.

Al cabo de dos años, cuando terminé mis estudios eclesiásticos en Roma, me trasladé a la Universidad de Navarra, para hacer la tesis en Derecho Canónico. Vivía en un centro de universitarios que estaba en la calle Paulino Caballero, del que yo era director. Poco después, en 1966, me ordené sacerdote en Segovia; y regresé al mismo centro, como sacerdote, para acabar la tesis.

Durante ese tiempo se estaba comenzando el trabajo apostólico en Nigeria. Estaban allí seis personas del Opus Dei: tres sacerdotes y tres laicos, y de vez en cuando nos llegaban noticias. Hasta que un buen día me preguntaron si estaba dispuesto a marcharme a aquel país.

-Donde haga falta –contesté.
Nigeria

Y comencé a informarme sobre Nigeria, al que ya consideraba mi nuevo país. Contacté con un grupo de africanos que estaban estudiando en la Universidad gracias a unas becas, y me empezaron a contar cosas de Nigeria. Uno me dijo que los nigerianos tenían un gran deseo –hambre, me dijo- de formación y que en el país había mucha religiosidad, pero se necesitaban muchos sacerdotes.

El consiliario del Opus Dei en Nigeria, don José Domingo Gabiola, me contó en una carta que ya tenían una casa alquilada, y que ya habían tenido un retiro con chicos jóvenes y otro con profesores de la Universidad. Y así, durante esos meses, seguí los comienzos de Nigeria, por las cartas que me enviaban.

Y en cuanto defendí la tesis me fui para allá, con un año de experiencia sacerdotal. Pero no pude conseguir el visado porque el país estaba en una situación difícil: había estallado la guerra de Biafra y habían expulsado a todos los sacerdotes extranjeros. Era una medida de castigo contra los misioneros que permanecían junto a los ibos que iban a segregarse.

Eso me hizo cambiar de planes, y tuve que quedarme en Kenia a la espera de conseguir el visado que me permitiera entrar en Nigeria. Y allí estuve un mes, dos meses, cuatro, cinco, seis meses esperando; y al cabo de… ¡casi un año! me concedieron el visado y pude entrar en Nigeria.

Nigeria es muy diferente de Kenia. Los kenianos son muy serenos, casi flemáticos, como los ingleses de la época de la colonia. En Nigeria me impresionó, nada más llegar, la vitalidad de las calles, abarrotadas de gentes. Me llamó la atención la alegría de vivir que bullía por todas partes, el altísimo número de niños, y el amor por el baile: me dio la sensación de que había aterrizado en medio de una muchedumbre colorida y danzante.

El color negro de la piel de los nigerianos me sorprendió, por su gama de tonalidades: en unos tendía al rojo, en otros era casi chocolate, en otros, aceitunado. Para andar por las calles tenía que hacerme paso. Nada más verme por la calle, los niños me rodearon y empezaron a cantarme la típica canción que se canta a los blancos. La tonadilla que sonaba algo así como:

¡Oibo, oibo, peck, peck!

Es una canción muy divertida que viene a significar: mírale, mírale: no tiene color en la cara: ¿Qué le habrá pasado? Tiene la piel roja, del color de la pimienta y tiene pelos en las manos…

¿Qué tengo qué hacer?

Cuando llegué a la casa que habían alquilado se me cayó el alma a los pies. Fue mi primer contacto con la pobreza de África. Todo era completamente elemental. La puerta de la calle daba directamente al comedor, de tal forma que se comía y se vivía casi en la calle. Tras la comida le dije a don José Domingo:

-Muy bien, ya estoy aquí: ¿Qué tengo qué hacer?

Esperaba que me diera algunos encargos pastorales, o que me indicara que debía atender a tales o cuales personas, pero se quedó mirándome con gesto divertido y me dijo:

-¿Qué tienes que hacer? ¡Lo que quieras!

Comprendí que tenía que hacerlo todo, porque todo estaba por hacer.

Nuestro primer objetivo era sobrevivir y mantenernos económicamente. Alberto Alós, uno de los laicos, daba clases de física electrónica en la Universidad. Y don José Domingo, el consiliario, además de sus tareas sacerdotales, daba clases de matemáticas. El otro sacerdote también daba clases.

Sí: estaba todo por hacer. Nos esperaba el país entero. Pensé en San Josemaría, que para llegar a todos había comenzado con los universitarios y me dirigí a la universidad -caminando, naturalmente, porque no disponía de otro medio- a eso de las cinco de la tarde, a la hora en que la calor remitía un poco.

Mi sotana blanca no pasó inadvertida en el campus, y empecé a conocer a varios estudiantes y a trabar amistad con ellos. Vi a unos que jugaban al fútbol y me acerqué. Entre ellos estaba Ondó, que era católico, y pronto nos hicimos amigos y me invitó a conocer la Residencia donde vivía. Y al poco tiempo me convertí en el capellán de aquella Residencia, porque los estudiantes comenzaron a pedirme consejo y a pedirme que los confesase. Entre otros medios de formación empezamos a tener una meditación semanal en el centro.

Con mis amigos sacerdotes

Dentro de esa línea de iniciativas, en el marco de “Haz lo que quieras”, fui conociendo a alumnas y alumnos de los Colleges del campus. Poco tiempo después organizamos unas clases semanales sobre la fe cristiana y me pidieron que les celebrase la Santa Misa el domingo. Los estudiantes católicos eran una minoría, pero colaboraban mucho y tenían ganas de formarse.

Y me acerqué al Seminario, donde fui haciendo amigos entre los profesores y los seminaristas. Me hice especialmente amigo de algunos sacerdotes jóvenes, como Job Alaba, que era de mi misma edad y tenía un gran sentido del humor. Félix –ese era su nombre cristiano- acababa de volver de Roma donde había estado formándose durante un tiempo, y en muchas ocasiones hablábamos de nuestros recuerdos de Italia.

Y así, de esta forma tan sencilla, fuimos comenzando el trabajo del Opus Dei en Nigeria, superando, como todos los que comienzan, muchas dificultades.

Por ejemplo, al principio nos engañaron con el precio del alquiler. Fue mi primera experiencia con el problema de la corrupción en Nigeria, un problema que aún pervive. Desgraciadamente hay algunas personas que siguen aprovechándose de las necesidades y de la indigencia de los demás, sea extranjero o no.

En aquellos momentos se había empezado a explotar el petróleo y se respiraba cierto ambiente de prosperidad, ya que algunos se habían enriquecido rápidamente. Las calles estaban abarrotadas de automóviles que formaban un caos de tráfico inimaginable. Sin embargo, muchos estudiantes seguían viviendo –o más bien sobreviviendo- con el plan 0-1-0.

El plan 0 -1- 0

El plan 0 -1- 0 -0 el 0 -0- 1- era el más común y sólo lo resistían los que gozaban de una constitución más fuerte. Consistía en hacer una sola comida al día, porque no tenían dinero para más. Algunos, más afortunados, hacían el 1-0-1.

No es que la comida fuese cara; al contrario, era llamativamente barata; lo que sucedía es que sus padres no les podían ayudar económicamente en nada, ni siquiera en eso, a pesar de que la matrícula era simbólica y el alojamiento en la Universidad les salía gratis. La mayoría tenían que hacer grandes equilibrios para estudiar y sobrevivir.

Esto es un reflejo de la situación de gran parte del país. En Nigeria hay una gran necesidad de desarrollo: la mayoría de la población sigue viviendo por debajo del umbral de la pobreza, y hay un amplio sector que no sabe leer ni escribir. Algunos se manejan con un inglés elemental, una especie de dialecto creado para entenderse. Y la mayoría vive con menos de un dólar al día… en el caso de que tengan trabajo y puedan ganar algo de dinero.

Y lo paradójico es que Nigeria es un país rico, que cuenta con una importante reserva de petróleo. Pero ese dinero va a parar a las multinacionales y a sectores gubernamentales, ya que un porcentaje de la venta del crudo se destina al gobierno. El presupuesto general del Estado se financia así, por ley.

Esto genera grandes desequilibrios sociales. Los poquísimos que viven en el entorno de las multinacionales llevan una vida de opulencia, con grandes casas y un alto nivel de vida. Algunos más –poquísimos- viven gracias al empleo que les puedan proporcionar esas multinacionales o el trabajo en los bancos. ¿Y el resto? ¿Qué hace el resto de la población, en un país sin industria y sin desarrollo? El resto intenta sobrevivir en situaciones humanamente terribles, de miseria y de hambre. Y en esa espiral de la pobreza, no es extraño que muchos acaben en la corrupción y en la delincuencia.

Eso nos movió a promover, coincidiendo con el centenario de San Josemaría, una escuela técnica, I.T.I., para ofrecer formación profesional a muchas de esas personas que no tienen nada.

La historia que voy a contar es una entre muchas. Uno de los que han estudiado en el I.T.I. era un muchacho que se ganaba la vida voceando periódicos por las calles. Un día vio el anuncio de la Escuela y fue, para ver de qué se trataba. Ahora, con los conocimientos que ha adquirido, trabaja como técnico en una universidad y ha conseguido que su familia no pase hambre.

Por esa razón necesitamos muchos donantes generosos que contribuyan con becas para ayudar a chicos como éste, de forma que consigan romper la espiral de la pobreza que les atenaza y logren encontrar un trabajo digno. No basta con darles ayudas puntuales; hay que enseñarles a llevar una vida digna, dándoles los medios para que puedan valerse por sí mismos, de forma que puedan crear pequeños negocios y puedan mantener dignamente a su familia.

Esta escuela es una siembra de virtudes humanas y cristianas, como la honradez y la justicia social. Como es bien sabido, Nigeria sufre un alto grado de corrupción. Durante años ha encabezado, desgraciadamente, la lista de los países corruptos del mundo. Se han promulgado algunas leyes para evitarlo, pero resultan insuficientes.

Algunos miembros del Opus Dei han impulsado una escuela de dirección en Nigeria, para la formación de empresarios, que se propone difundir los valores de la honestidad, la responsabilidad y la justicia en este ámbito profesional. Es muy importante que el país cuente con personalidades que sean un punto de referencia, yo conocí a algunas de ellas en su juventud: personas que tras muchos años de trabajo y esfuerzo, ocupan cargos de responsabilidad en el país.

Lo mismo me sucede en otros ámbitos bien diferentes del empresarial. A mi amigo Job, tres años después de conocernos, todavía muy joven, le nombraron obispo de Ibadan. Recuerdo que quiso que yo le diera el retiro previo a su ordenación. Ahora es Arzobispo de Ibadán y le acaban de nombrar Presidente de la Conferencia Episcopal.