(Foto principal, fuente: https://www.luisvallstaberner.com/biografia-luis-valls-taberner/)

Luis Valls y sus últimas voluntades: “Ni entierro, ni funeral, ni esquelas. Lo que tengo, quemadlo; no vale nada”

Adiós al «cardenal» Luis Valls

Trece años atrás, cuando se le descubrió una leucemia, de la que ha sido tratado todos estos años, Luis Valls redactó un escrito con sus últimas voluntades para el momento de la muerte. Un papel que fue completando y actualizando posteriormente. Una frase destaca en esas instrucciones: “Lo que tengo, quemadlo: no vale nada”.

Personas próximas a Valls han confirmado a El Confidencial Digital que, en efecto, sus pertenencias personales eran mínimas y poco valiosas.

En aquel escrito de hace trece años, ratificado después en otras ocasiones, expresó su deseo de que no se diera publicidad a su fallecimiento, no se publicaran esquelas ni se anunciaran sufragios públicos.

Por escrito, pedía “por favor, se deje en paz a los amigos… Ni entierro ni funeral avisados, ni esquelas… Claro que se agradecerá que recen, pero no otra cosa… Que cada uno rece y encargue a otros que recen”. Rogaba no salir “de todo aquello que favorece al alma sin recurrir a actividades sociales”.

Pidió que se ofrecieran por su alma las misas que, hasta su entierro, se dijeran en el oratorio del Colegio Mayor Santillana, donde se instaló la capilla ardiente, y las que, desde hoy, lunes, hasta el viernes, se celebraran, a las siete de la tarde, en la Iglesia del Espíritu Santo (calle Serrano).

En cumplimiento de su voluntad, no se notificó oficialmente el fallecimiento, como tampoco el día y hora del entierro, y no está previsto un funeral oficial. Y el domingo no aparecieron en los diarios nacionales esquelas, aunque sí necrológicas.

Y es que, a pesar de sus deseos, fue imposible impedir la noticia del fallecimiento, difundida esa misma mañana del sábado por la Agencia Europa Press, y recogida posteriormente en los informativos de la Cadena COPE, el sábado en los diarios digitales, y, el domingo, en toda la prensa nacional. El Banco Popular montó un servicio de prensa para atender a los medios interesados.

Por la capilla ardiente, instalada en el Colegio Mayor Santillana, fueron pasando, el sábado y el domingo por la mañana, amigos y personalidades, a medida que les iba llegando la noticia, entre ellos el actual presidente del Banco Popular, Ángel Ron, el consejero delegado de Inditex (que fue secretario general del Popular), Pablo Isla, etc


Dicen «le conocerás cuando trabajes con él». Un testimonio de su secretaria:

GLORIA CARRERO M (27/02/2006) 10:00 p.m.

Lo conoci, en la distancia que dan los cargos, él era el Presidente yo una empleada, desde el primer dia que le vi, me quede entusiasmada, primero por su aspecto físico, era ¡guapisimo!, después cada vez admire mucho más su gran personalidad carismática;y su labor diaria entusiasta inteligente y justa. Respondiendo a lo de «banquero y dinero», discrepo, puesto que se pueden ganar con inteligencia y sabiduría muchos millones y… repartirlos, cosa que no es frecuente en la gente «corriente», pero esto sí puede darse en gente extraordinaria. No soy del Opus, ni soy militante de ninguna otra organización católica.Pero yo siempre en la sombra admire a este carismático hombre discreto, elegante,e inteligentisimo, trabajar bajo su dirección, fué un honor del que hoy me jacto.Admirado D.Luis la labor quedo bien cumplida, y si hay Dios en la otra orilla, allá habrá ido en tu busca.


Valls, el último príncipe de la Iglesia

Siempre tuve un gran respeto (y afecto personal) por Luis Valls Taberner, un gigante de la banca y de la iglesia católica (aunque no necesariamente en este orden).

He sentido su muerte y no me gustaría despedirle aquí únicamente con el “corta y pega” de los recortes de prensa. Se lleva con él muchos y grandes secretos y deja buenos amigos de todos los colores y algún que otro enemigo de su misma cuerda.

Me hubiera gustado asistir a su entierro, pero se murió en sábado y me enteré tarde.

Desde luego, uno no se muere del todo si alguien le recuerda. Y a don Luis Valls –por su talento y su talante- le recordaremos muchos y bien.

Para mi ha sido uno de los personajes más interesantes que he conocido durante mis más de treinta años de ejercicio profesional como periodista. Y eso que él era un mandamás muy importante en el Opus Dei y yo era ya un joven ateo respetuoso antes de conocerle de cerca.

Alfonso Escámez, cuando era presidente del Banco Central y número uno de la Banca Española, seguramente bromeando, me definió a Luis Valls como un “fabricante de misterios”. Pero era mucho más.
José Luis Gutiérrez, que parece que le conoció bien, lo ha definido en su obituario como “el último `cardenal’ de la Banca española”. Yo hubiera recortado ese titular para dejarlo, simple y llanamente, así:

Luis Valls, el último cardenal

Por sus formas, pensamientos, palabras y obras, Luis Valls se comportaba como un auténtico príncipe de la Iglesia. Por su austeridad y sus votos de castidad, pobreza y obediencia –éste debió ser para él, desde luego, el más duro de todos- no era un cardenal al voluptuoso y licencioso estilo renacentista. Era un banquero eremita.

Hablar con él sin prisas -como banquero y como persona- era un lujo asiático. Cuando yo salía del Banco Popular, después de una larga charla o un almuerzo o desayuno distendido, nunca supe muy bien si Valls era tan sabio por lo que decía o por lo que callaba.

Todo el mundo –amigos y enemigos- le tenía por muy inteligente, quizás porque escuchaba, dejaba hablar y mantenía sonoros silencios, más propios de una partida de ajedrez que de una entrevista periodística, que siempre concedía, naturalmente, “off the record”.

No he conocido a nadie que manejara mejor las artes de la adulación elegante, imperceptible, casi inofensiva. Para debilitar a cualquier negociador que tuviera enfrente, nunca le faltaba lápiz y papel para anotar sutilmente alguna de sus frases, que luego le repetía y celebraba para comprobar que le citaba correctamente. Tenía buen sentido del humor y abría sus orejas ante cualquier innovación por nimia que pareciera.

Durante décadas movió los hilos de la banca española –y de una parte de la política- con gran habilidad y magistral disimulo. Doy fe de que siempre cultivó una buena relación con los periodistas, especialmente cuando perdían el empleo o el poder de influir. (Reconozco que me emocionó un detalle de Valls o de su inseparable Fernando Soto: me enviaron a casa un jamón serrano por Navidad, cuando yo ya estaba cobrando el paro, tras haber sido despedido de la TVE después de la entrevista preelectoral que le hice a Aznar. Por sí sólo, ese jamón ya justifica mis piropos de hoy, en este improvisado obituario; pero hay más).

Con su generosa atención, supongo que sembraba para el largo plazo o, quizás, lo hacía para la otra vida, en la que tuvo la suerte de creer. Fue siempre una fuente solvente y –aunque florentino y misterioso- nunca me sentí engañado o manipulado por él. Y eso que subía los peldaños de cualquier debate de tres en tres, y había que correr tras él para alcanzarle.

Solo una vez me quejé seriamente de que había utilizado, con ventaja, a uno de mis jóvenes redactores (yo era entonces redactor-jefe de Economía de El País) dándole una mercancía que debía llevar su firma, a cara descubierta, y no la del redactor que había tomado las notas.

Asumió mi crítica, se disculpó, como un señor, y me envió inmediatamente un artículo con todo aquel género pero, esta vez, firmado por él mismo. Este era el título de su artículo –uno de los poquísimos firmado por él- que hizo historia para la banca de entonces:

Los banqueros caminan hacia la reserva

La televisión estaba dando entonces la serie “Centenial” y cada personaje de la banca recibía en ese artículo, no sin cierto sarcasmo, el nombre de un personaje de la serie del Oeste.

Creo recordar que el entonces presidente de la patronal bancaria, Rafael Termes, que falleció el año pasado, llevaba el nombre del jefe de la tribu india que caminaba hacia la reserva. El todopoderoso gobernador del Banco de España, Mariano Rubio (o, simplemente, Mariano) llevaba el nombre del jefe de los federales que hacía escabechina de indios.

Su más desagradecido discípulo, y luego enemigo acérrimo, José María Ruiz Mateos no entendió bien aquel mensaje de Luis Valls. Y así le fue.

Ruiz Mateos perdió Rumasa y fue de los primeros que acabó recluido en la reserva india, que Luis Valls anticipaba para toda la banca y muy especialmente para quienes no sobrevivieran a la crisis bancaria más grande de nuestra historia. (De 150 bancos, 50 desaparecieron y sólo 100 quedaron vivos y en vías de fusión o absorción, como vimos más tarde).

Por discreción y secreto profesional, no debo dar detalles de asuntos sobre los que prometí guardar silencio. Pero he tenido el privilegio de conocer, de primera mano, análisis agudos, filosóficos o mundanos, no desprovistos de socarronería y fina ironía, así como informaciones certeras sobre acontecimientos de la vida bancaria y política española que, sin la ayuda impagable de Luis Valls, no hubiera podido comprender y, menos aún, comunicar a mis lectores.

Me consta que el papa Juan Pablo II – a quien Luis Valls conocía muy bien desde cuando era un simple obispo en Polonia- le tenía una altísima consideración y estima. Si Luis Valls hubiera sido cura, el anterior Papa le habría nombrado, antes que yo, príncipe de la Iglesia. Y -¿quién sabe?- a lo mejor lo hizo en secreto antes de morir.

Por mi parte, creo que es de justicia mencionar dos episodios de Luis Valls –uno personal y otro institucional- que me impresionaron en su momento y que hoy recuerdo con afecto, admiración y agradecimiento.

El 2 de marzo de 1976, a los tres meses de la muerte de Franco, y siendo yo director del semanario económico Doblón, fui secuestrado, a punta de pistola y metralletas, y fui torturado, cerca del Alto de los Leones, por unos encapuchados que buscaban el nombre de mis fuentes de información en un artículo determinado. (Quiero que quede claro que no soy ningún valiente. Si no delaté a mis fuentes, bajo tortura, fue seguramente porque no las sabía. Mis fuentes utilizaron nombres falsos para pasarme el material oficial sobre una purga de altos militares moderados, destinados en la Guardia Civil, durante la última enfermedad del dictador y los dos meses que siguieron a su muerte. Por tanto, sinceramente no se si hubiera sido capaz de guardar en secreto tales fuentes si hubiera conocido su identidad real. Mis fuentes anónimas sabían lo que hacían y se protegían).

Desde que salí del hospital, tuve el apoyo directo e indirecto de Luis Valls para sobrevivir y superar los traumas de aquel secuestro. Junto con otro banquero, casi paisano mío, Valls fue de los pocos que conocieron con detalle los entresijos de aquella acción terrorista de los últimos residuos de la dictadura franquista.

Por eso, y por la confianza que siempre me demostró, le estaré eternamente agradecido. Claro que él valoraba mejor que yo eso de “eternamente”.

La segunda anécdota comenzó en la tarde del golpe de Estado del 23-F de 1981. Yo era entonces redactor-jefe de Economía de El País y estaba en mi mesa cerrando páginas, como de costumbre a esa hora.

En cuanto oímos los disparos de metralleta en el Congreso de los Diputados, el corte de la imagen de TVE y la posterior música militar en la radio, nos movilizamos todos para sacar información de debajo de las piedras.

En la jaula de cristal de Martín Prieto, nos reunimos, en un salto, los redactores-jefes presentes en la redacción en aquel dramático instante. Al momento, bajó Juan Luis Cebrián y nos repartimos el trabajo de emergencia, con el fin de sacar una edición extra de El País, antes de que llegaran los militares golpistas dispuestos a tomar el periódico, como hicieron con RTVE.

A mi me tocó llamar al ministerio del Ejército, al palacio de la Zarzuela y a los siete grandes de la banca. Casi nada. No tengo tiempo ahora de relatar aquí la experiencia imborrable que me causaron las llamadas telefónicas al cuartel general del Ejército y a la residencia del Rey. Por lo que viene hoy al caso, llamé también a los siete grandes de la banca.

Las dos primeras respuestas, a favor de la democracia y contra el golpe, me llegaron de Luis Valls (por un colaborador suyo, pues creo que estaba retirado cerca de Segovia) y de Alfonso Escámez (que andaba por Nueva York con Luis Blázquez).

Fracasado el golpe, le pedí a Luis Valls un gesto público y claro que mostrara que la banca española condenaba el golpe y apoyaba la democracia. (Había rumores que apuntaban a banqueros golpistas en la trama civil). Valls transmitió mi encargo a los siete grandes, que acordaron que el presidente de la patronal bancaria (AEB), Rafael Termes, acudiera personalmente a la manifestación del día 27 de febrero, en nombre de toda la banca.
Un viejo amigo –hoy director general de Prisa– y yo recogimos personalmente a Termes y le acompañamos durante toda la manifestación para asegurarnos una buena foto del presidente de la AEB que, al día siguiente, publicamos en la contraportada de El País.

El 23-F publicamos un titular espléndido, inolvidable, en la portada:

El País, con la Constitución

El 28-F publicamos otro, también inolvidable, al menos para mí, para Luis Valls y para sus colegas banqueros, siempre tan cautos y miedosos con las cosas de comer.

No tengo a mano esa página pero el espíritu de la foto de Termes y el texto que yo hice se resumían con este titular:

La banca, con la democracia

Ahora, a los jóvenes, este titular les parecerá una tontería. A mí, aquella última página de El País me produjo un enorme sosiego. Y se la debemos principalmente a Luis Valls y a Alfonso Escámez.

Hace unos años, me encontré con José María Ruiz Mateos en Casa Poli, un restaurante madrileño. Me saludó –siempre sonriente, aunque sarcástico- diciendo, a voces y en tono acusatorio:

“¡Hombre, mirad quien está aquí! Martínez Soler, uno de los “vallses”

El heterodoxo que desafió a toda la banca, que hizo, perdió y ahora reconstruye Rumasa creyó ofenderme o afrentarme entonces públicamente con ese calificativo, uniéndome así a quien él tomó como su mayor enemigo. Le respondí:

¡Qué más quisiera yo que ser uno de los “vallses”

Pero no le di las gracias. Un fallo. Debí haberlo hecho porque Ruiz Mateos me había brindado un gran cumplido.
Luis Valls creía en la otra vida. Si es que la hay, el último «cardenal» de la Iglesia y de la banca se merece lo mejor en esa otra vida.

Descanse en paz.

Extraído de Martínez Soler Se nos ve el plumero

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