CON OJOS NUEVOS (Alessandra Borghese, Ab)

 
Conversión 
  Avanzar en la vida espiritual resulta complicado mientras pienses que casi todo depende de ti, y te empeñes entonces en ir adelante a base de gran insistencia y terquedad. Se vuelve sencillo, en cambio, cuando entiendes que tu santificación, tu transformación, con todo lo que las acompaña, son obra sobre todo del Espíritu Santo, son un don, y que, por tanto, lo que has de hacer es dejar que Él obre en ti. Él es el verdadero escultor que, a golpe de cincel, desbasta poco a poco lo que tienes de superfluo, hasta que la imagen divina que hay en cada uno de nosotros –oculta bajo un montón de detritus fosilizados- comienza a delinearse y, finalmente, a surgir con mayor definición.
        A medida que pasa el tiempo, adviertes así que la vida enriquecida por la fe viene a ser una lenta pero progresiva purificación del corazón, que acontece bajo la mirada de Dios, envueltos en su amor. Esto permite vernos cada vez con más claridad a nosotros mismos: detectar nuestra limitación, nuestro pecado, junto a nuestras más auténticas cualidades. En suma, permite descubrir nuestra verdadera identidad. Sí, porque la humildad, de la que tanto se habla, no se reduce a aceptar nuestros defectos: éste es sólo su polo negativo. Su inseparable polo positivo impulsa a reconocer con alegría los dones que Dios nos da y a emplearlos, no para ofenderlo o para negarlo, sino para darle gloria.
       Todos somos criaturas potencialmente bellísimas, por haber sido creadas a imagen de Dios, pero incapaces de satisfacernos plenamente unos a otros. La relación entre nosotros, pues, únicamente será buena y de veras serena si pasa a través del Padre común. Sólo Él es el Absoluto. Y es, por tanto, el único capaz de saciar la sed de nuestro corazón, de dar respuesta a las preguntas esenciales de nuestro ser.
        Mientras no descubrimos a Dios, volcamos este deseo en otros hombres, cayendo –antes o después- en inevitables decepciones. Viene a ser como intentar beber de un vaso vacío o que apenas contiene un sorbo de agua. Si, en cambio, nos acercamos a la fuente divina para saciar nuestra sed, a la vez llegaremos a amar a cada hombre con sus limitaciones, y a perdonarlo,  si esto fuera preciso; conseguiremos también aceptar lo bueno de lo que es capaz, sin pretender más. Sólo así podremos encontrar una alegría y una paz auténticas y duraderas.
              Con la fe cambia incluso el modo de contemplar el mundo. Consigues mirarlo con nuevos ojos. De ninguna manera es cierto que los cristianos no amemos la vida. La verdad es exactamente la contraria. La religión revelada por Jesús es la religión de la encarnación…Quiere decir que la misma realidad completa puede ser santificada de continuo: nuestro trabajo y nuestros lazos afectivos, pero también nuestras diversiones, el arte, la música, la cultura, etc. Toda cosa buena se vuelve sagrada si se la mira con los ojos de la fe, si se la envuelve con amor de Dios.
CONTINÚA…

Confianza en Dios, Providencia

   Creo que vivir en Dios consiste en fiarse
de Él, de su Providencia. Según nos asegura el Evangelio, Él cuida de los
pájaros del cielo y de los lirios del campo. De ahí que podamos vivir en paz y
llevar a cabo serenamente nuestro deber. <>. Es
una de las frases pronunciadas por Jesús que más ha marcado mi vida en estos
años. Amarlo y comportarse en coherencia con ese amor. Todo lo demás llegará
necesariamente. Y será para nuestro bien.

Fidelidad, perseverancia

   Y después, porque siete años desde mi conversión
no son ciertamente muchos, pero pienso que han sido suficientes para comprender
algo: mantenerse fieles a Dios, más que empresa nuestra, es un don. Nosotros
solos no lo lograremos, porque nos faltará la luz y la fuerza. El confesar que
me escuchó por vez primera después de tantos años, me explicó enseguida donde
podría encontrarlas: en la oración, en la Escritura, en los sacramentos.

Dios, verdad 

         Cuando
rememoro los años en que Dios era para mí un ser lejano, casi inexistente, y en
los que, pese a ello, rezaba alguna vez –sobre todo al tropezarme con una gran
dificultad-, tengo la impresión de que entonces era mi inconsciente el que
actuaba, como en virtud de un reflejo condicionado. Yo, con mi razón, tomaba en
la vida decisiones muy distintas de las inspiradas por la fe. Sin embargo, mi
ser más profundo se comportaba de manera diferente, porque intuía la verdad e
intentaba hacerla surgir. Nosotros, de palabra, e incluso en los hechos,
podemos negar la fe. Pero no por ello podemos destruir la verdad, porque está
inscrita en nuestros corazones –y nada nos cabe hacer frente a esto- por la ley
natural de Dios: forma inevitablemente parte de  nuestro estado de criaturas. Lo queramos o no, lo admitamos
o no, es Dios quien nos da la existencia. Es Él quien nos mantiene en vida,
minuto a minuto. Y a su amor absoluto es al que tiende nuestro corazón, aunque
con demasiada frecuencia parezca que nos contentamos con mucho menos.

Oración, presencia de Dios

        Poco
a poco voy aprendiendo que también la vida misma, si se vive a la luz de Dios,
se transforma toda ella en oración. Toda tarea, todo trabajo, e incluso el
descanso y la diversión, pueden convertirse en oración. Fuente de gran alegría
ha sido para mí comprender que, para quien cree, no existen tiempos muertos,
momentos privados de significado.

Eucaristía

Sin duda, lo que la Iglesia afirma sobre la
Eucaristía puede parecer desconcertante. Me doy cuenta de que todo puede
parecer una bonita fábula, inventada adrede para consolar a los ingenuos que
confirman esta verdad. Ahora bien, existen numerosos milagros eucarísticos, que
confirman esta verdad tan importante. Uno entre muchos, el de Lanciano: un
monje, que dudaba del misterio, vio la hostia transformarse en un trozo de
carne viva y palpitante. En este último siglo, la ciencia ha permitido
demostrar que esa reliquia, que se ha conservado bastante bien, no es sin más
un trozo de carne, sino parte de un músculo cardiaco humano. Sí, un fragmento
del corazón perteneciente, qué casualidad, a una persona que tiene el mismo
grupo sanguíneo del hombre de la Sábana Santa de Turín.

Confesión, Conversión

   Yo fallé muchas veces a lo largo de los años,
aunque no siempre con conciencia de hacerlo. Traté de decirlo como mejor pude
en mi primera y larga confesión, hecha al cabo de tanto tiempo, a resultas de
un gran vuelco interior. Ahora bien, tras la manifestación de los pecados, se
necesitaba poner por obra el cambio, es decir, modificar las actitudes
profundas, las aristas de mi carácter de las que nacían mis pecados. En esto me
ha ayudado mucho confesarme con regularidad, porque su práctica me ha llevado a
conocerme mejor, a tener claras mis limitaciones. Durante años, en efecto,  me encariñé con algunos de mis
defectos, convencida como estaba de que no eran tales, sino valores. Es cierto
que en otros casos los reconocí, pero siempre arrogándome el derecho a poseer
mis propios defectos, a los que, en definitiva, eran los demás quienes debían
adaptarse. Hoy, en cambio, estoy deseosa de conocer mis equivocaciones para
cambiar a mejor, consciente de que sacaré un gran provecho de este esfuerzo,
así como una libertad y alegrías mayores.

Examen

        He
tenido, a este propósito, una extraña experiencia: merced a la nueva visión
adquirida me di cuenta de que, antes de encontrar la fe, con frecuencia estaba
a la defensiva, renuente a admitir mis fallos y mis culpas. Ahora bastante
menos. Es como si el descubrimiento del amor de Dios me hubiese puesto bajo una
especie de red de protección. Siento que puedo penetrar con más facilidad en el
misterio de mi ser, incluso en la parte oscura y enferma de mi corazón. Y que
este descubrir lo negativo que anida en mí, ya no acontece como si estuviese al
borde de un abismo y en eminente peligro de precipitarme. Por el contrario, este
examen de conciencia se desarrolla bajo la mirada de Dios, envuelta en el brazo
de su amor. Sé que Él me ama en cualquier caso, incluso cuando fallo, y que
siempre está dispuesto a perdonarme y a ayudarme a proseguir adelante.
         Me
percaté, pues, de lo que yo era de verdad: a veces parecía un caballo
desbocado, tiraba coces, piafaba, me irritaba a continuación, era vengativa, no
disponía de tiempo para nadie, no veía lo bueno que tenía delante, no escuchaba
a ninguno, quería controlarlo todo, formulaba juicios arbitrarios, pensaba que
siempre llevaba razón, me sentía superior. En suma, creo que era casi
insoportable. Por otro lado, es difícil cambiar a fondo: resulta más fácil
chillar que permanecer callados; condenar que ser acusados; vengarse que
perdonar; ofender que aceptar la humillación…
         Mucho
camino me queda todavía por recorrer. Quizá ni siquiera sea suficiente toda la
vida (éste es, por lo demás, el objetivo y la función del Purgatorio). Sin
embargo, gracias a  la ayuda de
Dios, he cambiado. Lo han advertido también mis amigos, las personas que son
más cercanas. Algunos reconocen que algo verdaderamente importante ha tenido
que sucederme para acabar así. Otros bromean conmigo:
 <<¿Es ésta la
última moda que quieres imponer? Ahora la religión es 2in»… y tú te has
adaptado>>. Yo sigo el juego para no parecer demasiado seria y respondo:

<trip. Pero, ¡ojo!, éste es un auténtico trip>>.

       Ahora
bien, conforme se avanza, se obtiene la experiencia –casi diría
<>- de que la purificación del corazón trae consigo un
aumento de la alegría y la paz interior. Por ejemplo, cuesta aprender a
perdonar; requiere tiempo y empeño, sobre todo al comienzo. Sin embargo, éste
gran acto de amor al prójimo constituye un gran acto de liberación de las propias
angustias y resulta ser el camino más rápido para encontrar la paz interior.
Para mí, un hito importante de este itinerario fue aprender a rezar por quien
me ha herido o hecho daño.

Dirección espiritual 

 
          He de decir que, en este proceso de cambio, me ha ayudado
mucho la dirección espiritual, es decir, un sacerdote que me ha acompañado en
años pasados y sigue haciéndolo. La tradición siempre ha recomendado esta
práctica, que no necesariamente coincide con la Confesión. Confesarse consiste
en manifestar los pecados y recibir la absolución. La dirección, en cambio, es
una especie de paternidad espiritual, ejercida por alguien –incluso un laico-
experto en Dios y en la relación con Él, que guía al principiante y le guía de
modo adecuado. Confesor y director espiritual pueden, pues, coincidir en la
misma persona, pero también ser dos diferentes.
         Considero
muy importante tener un director como punto de referencia, pues el camino
espiritual es accidentado, misterioso a veces, y difícil de ver con claridad.
Se requiere sabiduría y experiencia para descifrarlo. De otro modo, se arriesga
un o a salirse del camino. Todas las religiones poseen esta figura del maestro,
del guía. Sin embargo, no sé por qué respetamos y admiramos mucho a los gurús
de otras religiones, mientras que a menudo somos muy tibios, cuando no
hostiles, hacia los nuestros.

Fe, conversión

     Alguno
insinuó que Leonardo (Mondadori) se había convertido porque estaba enfermo y
sin esperanza de curación. Él dejó muy claro este punto en el libro. Volvió a
la fe al menos cinco años antes de caer enfermo. Pero lo mismo da: los
prejuicios se resisten a desaparecer. Y, entre éstos, hay uno muy enraizado en
los no creyentes: que quien encuentra la fe al resquebrajarse su salud, quizá a
las puertas de la muerte, lo hace por debilidad y, por tanto, merece
comprensión, pero no atención ni estima.
         He
de decir que afirmaciones de este tipo me desconciertan y me parecen un gesto
de defensa a ultranza de quien no tiene otros argumentos válidos. Pienso, en
cambio, que lo verdadero es exactamente lo contrario; es decir, que no es la
debilidad de la enfermedad y de la inminencia del tránsito lo que lleva a
aceptar la fe, sino el hecho de que estas situaciones extremas ponen a una
persona ante su propia verdad, ya sin filtros ni parapetos.

 

        En
efectos, en tales condiciones un hombre comprende finalmente qué es en realidad
la vida, a dónde conduce, qué cosas valen y qué otras son inútiles y
superfluas. Desarmado ante el sufrimiento, adquiere una lucidez que hasta entonces
no poseía, y la humildad de admitir que necesita un sentido para lo que ha sido
y lo será. Representa, pues, un gesto de valentía, no de vileza. Un gesto de
verdad, no de huida. Un gesto que aporta serenidad, porque definitivamente lo
pacifica con su pasado y con su futuro. El hombre reconoce, con lucidez que al
fin se le otorga, los brazos amorosos que lo han  esperado durante toda la vida y que ahora quieren
estrecharlo para siempre. En ese momento, no se pliega por debilidad o por
temor a lo que sería sugestión y superstición. Al contrario, alcanza la
grandeza para la que fue creado, intuye la verdad y la acoge confiadamente.

Moral, libertad

      Las
leyes de la Iglesia que se presentan como demasiado duras, que parecen recluir
al hombre en una especie de cárcel, en  non plus ultra del amor… Esas normas nos indican que no
estamos llamados a la mediocridad, al relajamiento, a hacer sólo lo que nos
apetece. Existe un ideal mejor, que nuestra conciencia debe descubrir. Y, con
la luz y la fuerza que Dios nos concede, lograremos alcanzarlo.

 

        Cada
paso en esta dirección no disminuirá nuestra alegría, ni agobiará nuestra vida.
Muy al contrario, la liberará, le desvelará un horizonte más amplio y más
hondo. Sí, porque la auténtica libertad no consiste en hacer lo que viene en
gana, sino en tener el dominio de sí, en no ser nunca más esclavos de las
propias pulsiones, en aprender a desenvolverse con uno mismo y con los demás no
en términos de conflicto, sino de amor.

Vida, Amor

He comprendido que, en cualquier caso, lo
que verdaderamente cuenta es amar, de un modo u otro. Porque amar, siempre y en
todo lugar, consiste en dar vida.

 

 
 
SED
DE DIOS

Conversión    (André Frossard)

 
<«vida
espiritual»
… Apenas la última sílaba de este preludio susurrado alcanza en
mí el umbral de lo consciente, comienza una avalancha al revés. No digo que el
Cielo se abre; no se abre, se descorre, se alza de pronto, fulguración
silenciosa, desde la insospechable capilla en que se hallaba misteriosamente
encerrado… Es un cristal indestructible, de infinita transparencia, de una
luminosidad casi insostenible…; un mundo, un mundo distinto, de un esplendor
y de una densidad que de golpe arrojan el nuestro a las sombras frágiles de los
sueños irrealizados. Ese mundo es la realidad, es la verdad: la veo desde la
orilla oscura donde aún estoy retenido. Hay un orden en el universo y, en su
vértice, más allá de este velo de niebla resplandeciente, la evidencia de Dios;
la evidencia hecha presencia y la evidencia hecha persona de Aquel a quien un
momento antes habría negado. Aquel a quienes los cristianos llamamos
Padre
nuestro. Y del que siento toda dulzura, una dulzura diferente de cualquier
otra, que no es la cualidad pasiva que a veces se designa con ese nombre, sino
una dulzura activa, trastornante, más allá de toda violencia, capaz de quebrar
la piedra más dura y –más duro que la piedra- el corazón humano.
 
 
         Su
irrupción arrolladora, total, se acompaña de una alegría que no es otra que la
exultación del salvado, la alegría del náufrago rescatado a tiempo; con la
diferencia, eso sí, de que justo en el momento de que soy izado hacia la
salvación es cuando tomo conciencia del fango en que estaba hundido sin
saberlo, y me pregunto, al verme aún con medio cuerpo atrapado en él, cómo he
podido vivir y respirar allí.
 
 
         Al
mismo tiempo se me da una nueva familia, la Iglesia, que tiene el encargo de
conducirme a donde es necesario que vaya.
..
 

 

         Todo
está dominado por la presencia –más allá y a través de una inmensa asamblea- de
Aquel cuyo nombre jamás podré ya escribir sin temor de herir su ternura, Aquel
ante quien tengo la dicha de ser un niño perdonado, que se despierta para saber
que todo es don>>

 

 

Vittorio
Mesori  <>

 

 
Fe, moral  
 
       ¿Recordáis
el día en que Jesús, rodeado como siempre por la multitud, subió a la montaña y
proclamó:
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a
Dios>>
(Mt 5,8)? En el fondo, todo se resume en esta breve frase.
Todos los impedimentos para encontrar a Dios los pone nuestra conducta moral
torcida, nuestro sucio corazón, nuestro orgullo, nuestros rencores, nuestras
ambiciones desmedidas, nuestros egoísmos. Por eso, a menudo es preciso
descorrer cierto trecho antes de lograr intuir la presencia de Dios. 
 

  

Frossard

 
   <<Colmado así de bendiciones. Creí
que mi vida sería una Navidad sin término. Los expertos a los que acudí me
advirtieron que ese estado de privilegio tendría un final, que las leyes del
crecimiento espiritual son las mismas para todos, que tras la comodidad en la
excursión vendrían las piedras, las cuestas, el riesgo, y que no siempre sería
un muchacho lleno de alegría: casi no presté atención a sus palabras. Pero
tenían razón y yo no. Acabada la Navidad, fue necesario pasar a través de las
cosas, la piedra y el asfalto de un mundo que recobraba poco a poco, socarronamente,
su consistencia. Y hubo un viernes
santo, un sábado santo: silencio hasta en el que el grito de angustia
muere.

   

 
      Por
dos veces se abatió sobre mi familia el mayor sufrimiento que puede infligirse
a los seres humanos. Los padres me entenderán, y más aún las madres, sin más
palabras. En dos ocasiones tomé el camino del cementerio de3 provincia donde
tengo asignado mi sitio, buscando en el horror el recuerdo de la misericordia.
Incapaz de volver atrás, excluido de los refugios de la duda… Viví con este
puñal en el pecho, sabiendo que Dios es amor>>.
 
 

 

Confesión

 
Es cierto que ahí está la Confesión, tan
fundamental e importantísima por ser el sacramento que nos perdona los pecados
y nos restituye la Gracia. No obstante, al menos según mi experiencia personal,
creo que Confesión y dirección espiritual han de completarse e integrarse entre
sí. En efecto, la dirección espiritual nos lleva poco a poco a conocernos mejor
y, por tanto, a clarificar nuestra conciencia y a detectar nuestras
limitaciones, que con frecuencia se transforman fácilmente en pecados.
 

  

Sufrimiento, dolor, Cruz

 

 Juan Pablo II, Salvifici doloris   <>.

         

 
 
Palabras que concluían con un
emocionante llamamiento a los enfermos:
<>. 
 
          …<cósmica entre las fuerzas espirituales del bien y del mal,
de la que habla la carta a los Efesios, los sufrimientos humanos, unidos al
sufrimiento redentor de Cristo, constituye un particular apoyo a las fuerza del
bien, abriendo el camino a la victoria de estas fuerzas salvíficas>>.
 

 

 

Nazismo

 

(Rat nos contó una historieta)
<>. Nos reímos. Puede ser una anécdota incluso falsa, pero sin
duda muy verosímil.
 
Fe,
moral, cultura        
 
(Rat)   <–afirmó entre
otras cosas-
una cultura que, de un modo hasta ahora desconocido por la
humanidad, excluye a Dios de la conciencia pública, sea porque se le niega del
todo, sea porque su existencia se considera indemostrable, incierta y, por
tanto perteneciente al ámbito de las opciones subjetivas: algo, en cualquier
caso, irrelevante para la vida social>>.
 Y puso de ejemplo a su Alemania, donde <>.
Todo esto, añadió, ha provocado un desbarajuste de la conciencia moral, que
ya no reconoce la posibilidad objetiva de distinguir el bien del mal. Y así, <>.