Aquel monje mayor que vivía en desierto salía a pedir en las horas de más calor. Su cuerpo enjuto aguantaba bien el calor, pero en ocasiones debía meterse una pequeña chinita en su boca para que no se le pegara la lengua. Al atardecer pasaba por una fuente cristalina y fresca y ofrecía a Dios el sacrificio de no beber hasta que llegaba al convento; como una respuesta de Dios salía un lucero que le llenaba de gozo. Aquel día un monje recién llegado le acompañaba. El nuevo monje sudaba y sudaba y su cara se iluminó cuando vio la fuente. El viejo monje pensaba qué haría. Podía darle ejemplo, explicarle lo del lucero, pero no había tiempo para grandes reflexiones. El joven monje le miraba con ansiedad. El viejo se inclinó y bebió. El joven ,gozoso, se bebía la fuente. Poco después el viejo monje alzó la mirada, esperando no ver el lucero, pero ante su sorpresa vio que habían salido dos.

Continúa con otra anécdota…

Conocí a un sacerdote que en una ciudad andaluza iba, a las ¡5 de la tarde de agosto! con su sotana y un sol de justicia camino de una predicación. Un hombre le paró por la calle y le dijo si tenía unos minutos. El sacerdote, pese a su prisa, se detuvo y el hombre entró en una cafetería, se sitúo en un lugar donde el resto de parroquianos no podían verlo, y sacó una pistola y la puso encima de la mesa y le dijo: «Padre, yo iba camino de mi suicidio, ya que estoy desesperado, sin salida, pero le he visto y he pensado: ‘este hombre, con el calor que hace y de negro, ¿por qué lo hará?’ y le he parado».

Como podéis suponer el sacerdote no llegó a la predicación, pero salvó ese día una vida. No nos damos cuenta muchas veces del valor que tiene el sacrificio para los otros. (de Miguel Ángel Almela)

En el tiempo litúrgico de Cuaresma, la lglesia nos llama a una conversión más profunda al Amor de Dios (Deus cáritas est). «Con-versión»: volver la cara, la mente, el corazón a Dios, con todo nuestro ser. En rigor es el Amor de Dios quien nos llama a vivir de él, en él, por él, que es donde se encuentra la suma felicidad. Para ello es necesario quitar los obstáculos que nos impiden vivir en el Amor y poner los medios que nos conducen a él. La inmensa mayoría de cristianos estamos llamados a ser santos –vivir de Amor- en medio del mundo. San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, ofrece en muchos lugares de su predicación oral y escrita valiosas sugerencias para ahondar en el espíritu de penitencia, esencial en la vida de todo cristiano; recogemos aquí algunas, con unos párrafos al final que ilustran sobre el sentido de la Cuaresma:

Se ha trastocado de tal forma el sentido cristiano en muchas conciencias que, al hablar de mortificación y de penitencia, se piensa sólo en esos grandes ayunos y cilicios que se mencionan en los admirables relatos de algunas biografías de santos. Al iniciar esta meditación, hemos sentado la premisa evidente de que hemos de imitar a Jesucristo, como modelo de conducta. Ciertamente, preparó el comienzo de su predicación retirándose al desierto, para ayunar durante cuarenta días y cuarenta noches, pero antes y después practicó la virtud de la templanza con tanta naturalidad, que sus enemigos aprovecharon para tacharle calumniosamente de hombre voraz y bebedor, amigo de publicanos y gentes de mala vida. [Amigos de Dios, n. 136]

Así debes ejercitarte en el espíritu de penitencia: cara a Dios y como un hijo, como el pequeñín que demuestra a su padre cuánto le ama, renunciando a sus pocos tesoros de escaso valor -un carrete, un soldado descabezado, una chapa de botella-; le cuesta dar ese paso, pero al fin puede más el cariño, y extiende satisfecho la mano. [Amigos de Dios, n. 136]

Penitencia es el cumplimiento exacto del horario que te has fijado, aunque el cuerpo se resista o la mente pretenda evadirse con ensueños quiméricos. Penitencia es levantarse a la hora. Y también, no dejar para más tarde, sin un motivo justificado, esa tarea que te resulta más difícil o costosa. [Amigos de Dios, n. 138]

La penitencia está en saber compaginar tus obligaciones con Dios, con los demás y contigo mismo, exigiéndote de modo que logres encontrar al tiempo que cada cosa necesita. Eres penitente cuando te sujetas amorosamente a tu plan de oración, a pesar de que estés rendido, desganado o frío. [Amigos de Dios, n. 138]

Penitencia es tratar siempre con la máxima caridad a los otros, empezando por los tuyos. Es atender con la mayor delicadeza a los que sufren, a los enfermos, a los que padecen. Es contestar con paciencia a los cargantes e inoportunos. Es interrumpir o modificar nuestros programas, cuando las circunstancias -los intereses buenos y justos de los demás, sobre todo- así lo requieran. [Amigos de Dios, n. 138]

La penitencia consiste en soportar con buen humor las mil pequeñas contrariedades de la jornada; en no abandonar la ocupación, aunque de momento se te haya pasado la ilusión con que la comenzaste; en comer con agradecimiento lo que nos sirven, sin importunar con caprichos. [Amigos de Dios, n. 138]

Penitencia, para los padres y, en general, para los que tienen una misión de gobierno o educativa, es corregir cuando hay que hacerlo, de acuerdo con la naturaleza del error y con las condiciones del que necesita esa ayuda, por encima de subjetivismos necios y sentimentales. [Amigos de Dios, n. 138]

El espíritu de penitencia lleva a no apegarse desordenadamente a ese boceto monumental de los proyectos futuros, en el que ya hemos previsto cuáles serán nuestros trazos y pinceladas maestras. ¡Qué alegría damos a Dios cuando sabemos renunciar a nuestros garabatos y brochazos de maestrillo, y permitimos que sea El quien añada los rasgos y colores que más le plazcan!

Podría seguir señalándote una multitud de detalles -te he citado sólo los que ahora me venían a la cabeza-, que puedes aprovechar a lo largo del día, para acercarte más y más a Dios, más y más a tu prójimo. Si te he mencionado esos ejemplos, insisto, no es porque yo desprecie las grandes penitencias; al contrario, se demuestran santas y buenas, y aun necesarias, cuando el Señor llama por ese camino, contando siempre con la aprobación de quien dirige tu alma. Pero te advierto que las grandes penitencias son compatibles también con las caídas aparatosas, provocadas por la soberbia. En cambio, con ese deseo continuo de agradar a Dios en las pequeñas batallas personales -como sonreír cuando no se tienen ganas: yo os aseguro, además, que en ocasiones resulta más costosa una sonrisa que una hora de cilicio-, es difícil dar pábulo al orgullo, a la ridícula ingenuidad de considerarnos héroes notables: nos veremos como un niño que apenas alcanza a ofrecer a su padre naderías, pero que son recibidas con inmenso gozo. [Amigos de Dios, 139]

¿Y qué otros consejos os sugiero? Pues los procedimientos que han utilizado siempre los cristianos que pretendían de verdad seguir a Cristo, los mismos que emplearon aquellos primeros que percibieron el alentar de Jesús: el trato asiduo con el Señor en la Eucaristía, la invocación filial a la Santísima Virgen, la humildad, la templanza, la mortificación de los sentidos -que no conviene mirar lo que no es lícito desear, advertía San Gregorio Magno- y la penitencia. [Amigos de Dios, 186]

No te vences, no eres mortificado, porque eres soberbio. -¿Que tienes una vida penitente? No olvides que la soberbia es compatible con la penitencia… -Más razones: la pena tuya, después de la caída, después de tus faltas de generosidad, ¿es dolor o es rabieta de verte tan pequeño y sin fuerzas? -¡Qué lejos estás de Jesús, si no eres humilde…, aunque tus disciplinas florezcan cada día rosas nuevas! [Camino, n. 200]

Entierra con la penitencia, en el hoyo profundo que abra tu humildad, tus negligencias, ofensas y pecados. -Así entierra el labrador, al pie del árbol que los produjo, frutos podridos, ramillas secas y hojas caducas. -Y lo que era estéril, mejor, lo que era perjudicial, contribuye eficazmente a una nueva fecundidad. / Aprende a sacar, de las caídas, impulso: de la muerte, vida. [Camino, n. 211]

Ese Cristo, que tú ves, no es Jesús. -Será, en todo caso, la triste imagen que pueden formar tus ojos turbios… -Purifícate. Clarifica tu mirada con la humildad y la penitencia. Luego… no te faltarán las limpias luces del Amor. Y tendrás una visión perfecta. Tu imagen será realmente la suya: ¡El! [Camino, n. 212.]

¿Tienes miedo a la penitencia?… A la penitencia, que te ayudará a obtener la Vida eterna. -En cambio, por conservar esta pobre vida de ahora, ¿no ves cómo los hombres se someten a las mil torturas de una cruenta operación quirúrgica? [Camino, n. 224]

El ayuno riguroso es penitencia gratísima a Dios. -Pero, entre unos y otros, hemos abierto la mano. No importa -al contrario- que tú, con la aprobación de tu Director, lo practiques frecuentemente. [Camino n. 231]

¿Motivos para la penitencia?: Desagravio, reparación, petición, hacimiento de gracias: medio para ir adelante…: por ti, por mí, por los demás, por tu familia, por tu país, por la Iglesia… Y mil motivos más. [Camino n. 232]

Si sientes la Comunión de los Santos -si la vives-, serás gustosamente hombre penitente. -Y entenderás que la penitencia es «gaudium, etsi laboriosum» -alegría, aunque trabajosa: y te sentirás «aliado» de todas las almas penitentes que han sido, son y serán. [Camino n. 548]

Mientras descansa la Sagrada Familia, se aparece el Angel a José, para que huyan a Egipto. María y José toman al Niño y emprenden el camino sin demora. No se rebelan, no se excusan, no esperan a que termine la noche…: di a Nuestra Madre Santa María y a Nuestro Padre y Señor San José que deseamos amar prontamente toda la penitencia pasiva [Surco, n. 999].

Fomenta tu espíritu de mortificación en los detalles de caridad, con afán de hacer amable a todos el camino de santidad en medio del mundo: una sonrisa puede ser, a veces, la mejor muestra del espíritu de penitencia. [Forja n. 149]

Cada día un poco más -igual que al tallar una piedra o una madera-, hay que ir limando asperezas, quitando defectos de nuestra vida personal, con espíritu de penitencia, con pequeñas mortificaciones, que son de dos tipos: las activas -ésas que buscamos, como florecicas que recogemos a lo largo del día-, y las pasivas, que vienen de fuera y nos cuesta aceptarlas. Luego, Jesucristo va poniendo lo que falta. /-¡Qué Crucifijo tan estupendo vas a ser, si respondes con generosidad, con alegría, del todo! [Forja, n. 403]

El espíritu de penitencia está principalmente en aprovechar esas abundantes pequeñeces -acciones, renuncias, sacrificios, servicios.- que encontramos cada día en el camino, convirtiéndolas en actos de amor, de contrición, en mortificaciones, y formar así un ramillete al final del día: ¡un hermoso ramo, que ofrecemos a Dios! [Forja, n. 408].

No es espíritu de penitencia hacer unos días grandes mortificaciones, y abandonarlas otros. / -Espíritu de penitencia significa saberse vencer todos los días, ofreciendo cosas -grandes y pequeñas- por amor y sin espectáculo. [Forja, n. 784]

Después del Santo Sacrificio, has visto cómo de tu Fe y de tu Amor -de tu penitencia, de tu oración y de tu actividad- dependen en buena parte la perseverancia de los tuyos y, a veces, aun su vida terrena. / -¡Bendita Cruz, que llevamos mi Señor Jesús -El-, y tú, y yo! [Forja, n. 789]

Fortalece tu espíritu con la penitencia, de tal manera que, cuando llegue la contradicción, nunca te desalientes. [Forja, n. 817]