SAN FELIPE NERY.
Sacerdote y fundador. 1515 a 1595
El santo de la verdadera devoción Mariana y FUNDADOR.
 ¿Qué caracteriza a este santo?
En primer lugar, una rara combinación de piedad alimentada por la espiritualidad de los Padres del Desierto y, en segundo lugar, un ministerio activo entre la juventud abandonada de la ciudad eterna.
No podía ver a un joven triste. A él se le atribuye la frase dictada a sus alumnos:
» Tristeza y melancolía, fuera de la casa mía».

«EL GENEROSO NO EXIGE SUS DERECHOS»   «Sólo un corazón que ama ve la necesidad ajena antes que la propia»

«Dos escoltas al salir de Misa»  «Podéis Ir en paz» no significa «a la una, a las dos y a las…¡tres!»

«LAS APARIENCIAS ENGAÑAN»  «Quien desea la Gloria no se preocupa de los pobres honores humanos»
 
 “
DIOS SE ALEGRA CON NOSOTROS“Ese enemigo del alma debe ser atacado sin tregua ni contemplaciones»

AGUA MÁGICA” “La gracia perfecciona incluso el sentido común”

LA HUMILDAD ES ALEGRE”   “Sacrificaba su fama por un bien superior”
 
 “UN LOCO ALEGRE, PERO PELIGROSO” “Librándonos de las vanidades damos lugar a Dios en nosotros”
 

SE REÍAN DE LAS APARIENCIAS “Cuando nos preocupa lo mundano, no nos preocupa lo esencial”

Continúa con con ésta historia y otras interesantes y conocidísimas anécdotas históricas…

San Felipe Neri
1515-1595
Apóstol de Roma

Patrón de educadores y humoristas.
Fundador del oratorio en Roma
Algunos dichos de San Felipe
Confesor de San Camilo de Lelis. Ayudó a San Francisco Carssiolo

«EL GENEROSO NO EXIGE SUS DERECHOS»

   «Sólo un corazón que ama ve la necesidad ajena antes que la propia»

 En 1152 hubo una gran carestía en Roma y el pueblo pasaba hambre. El pan estaba tan escaso que el que no se apresuraba a proveerse en la mañana, corría el riesgo de quedarse sin él. San Felipe se encontraba en San Jerónimo de la Caridad, una capilla y asilo sacerdotal, con otros sacerdotes y algún laico.
   Una señora piadosa, sabiendo que el santo estaba reducido a tal estado de miseria de no poder ni siquiera proveerse de pan, le llevó de regalo seis grandes piezas.
   Semejante  provisión  le podía  bastar  para  algunos  días,  pero Felipe,
  viendo a un sacerdote español en grave necesidad, se lo regaló, sin quedarse ni siquiera con una.
   Próspero Crivelli, su penitente, le hizo la observación de que habría podido al menos ser un poco previsor.
   El santo repuso: «¿Qué quieres? Ese pobre sacerdote es forastero y no encontraría fácilmente almas generosas.
  Aquel día Felipe, por almuerzo y cena, se contentó con unas pocas aceitunas. Pero él bien podía decir con Jesús: «Mi alimento es hacer la voluntad de Él, que me ha enviado».
 
«Dos escoltas al salir de Misa»

  «Podéis Ir en paz» no significa «a la una, a las dos y a las…¡tres!»
San Felipe Neri se las sabía todas. Por  ejemplo, no quería que se hablara de su santidad, por lo que intentaba desorientar a los fieles y confundirlos. Su humorismo tenía también el fin de camuflar su piedad sin límites, haciendo llamar la atención sobre sus defectos externos y sus extravagancias. Pero su irresistible gusto por las bromas y las ganas de desbaratar algunos prejuicios y de confundir a los soberbios, los llevaba en la sangre desde pequeño. 
 
      Una vez, viendo que varios de los fieles salían de la iglesia después de recibir la comunión, sin dedicar un momento de acción de gracias al Señor, mandó dos monaguillos con dos cirios encendidos a que siguieran a estos «apresurados». ¿Por qué?. Preguntó uno de ellos. Y el santo les contestó:
«Simplemente para que acompañen al Santísimo que tú has recibido hace un momento y lo alaben de tu parte».
 
 
«LAS APARIENCIAS ENGAÑAN»
 «Quien desea la Gloria no se preocupa de los pobres honores humanos»
 
  El cardenal Alfonso Gesualdo, al visitar  a Felipe, una vez le regaló una magnífica piel de marta, diciéndole:
-Usted está viejo y tiene necesidad de algo caliente. Puede ponérsela estando en su cuarto.
-Demasiado gentil, Eminencia -respondió el santo-, lo haré como dice.
Sin embargo, San Felipe no se contentaba con llevarla cuando estaba  en su cuarto,  sino  también  bajando a la Iglesia y en público.                      Muchas veces fue visto por las calles más populosas de Roma, vistiendo
  sobre la ropa la piel. Caminaba con aire de recogimiento y para llamar más la atención de la gente daba, de tanto en tanto, ojeadas de complacencia a su bello hábito. Cuando se daba cuenta de que era objeto de admiración por parte del pueblo, saltando se ponía a gorjear.
Otra vez se hizo afeitar por el hermano de la casa, Julio Svera, la mitad de la barba y de aquella manera salió por las calles; todos los que lo Encontraban lo miraban riéndose. El santo, en cambio, caminaba como si nada; iba serio, arrogante, haciéndoles a todos una reverente inclinación.
 
 “DIOS SE ALEGRA CON NOSOTROS”

“Ese enemigo del alma debe ser atacado sin tregua ni contemplaciones»

 Un día que estaba leyendo un libro de humor, muy gracioso, comenzó a reírse a las carcajadas. Otro religioso, molesto por su actitud, lo reprendió diciéndole:

– Los sacerdotes no deben reís ruidosamente.

Felipe, conservando su brillante sonrisa, le respondió:

– El Señor es bueno, ¿cómo no va a alegrarse de que sus hijos nos riamos? La tristeza nos hace doblar el cuello y no nos permite mirar al Cielo. Debemos combatir la tristeza, no la alegría.

La virtud de la alegría fue una de las que más brilló en la vida de san Felipe, alegría en la pureza y la caridad fraterna.

“AGUA MÁGICA”
 
La gracia perfecciona incluso el sentido común”

   Una mujer, suelta de lengua fue a ver al santo para pedirle consejo.
-Mi marido y yo no conseguimos ponernos de acuerdo. Nos peleamos por todo. Y lo  peor es que él me pega, yo grito, los vecinos acuden…¡Créame, Padre!, es un verdadero infierno. ¿Qué me aconseja?

-Buena señora, tengo justo lo que usted necesita, una medicina infalible, un curalotodo milagroso. Tenga este frasco; cuando vuestro marido comience a reñir, beba un sorbo y manténgalo un momento en la boca. Haga siempre lo mismo cuando esté iniciando la discusión. Verá que el resultado será seguro.

Algunos días después, la mujer volvió con la botella vacía.

-Ha sucedido exactamente como usted dijo, padre Felipe. ¡Ha funcionado! Mi marido sigue peleando, pero yo estoy curada. Déme otra de esas botellas.

 -Con gusto-sonrió el sabio Felipe entregándole otra botella de agua pura recogida de la fuente.

“LA HUMILDAD ES ALEGRE”
              
Sacrificaba su fama por un bien superior”
 
 Cuando tenía visitas de personas distinguidas hacía algunos arreglos cómicos en su vestimenta y narraba cuentos usando a menudo expresiones vulgares.

Una vez vino a verlo a la iglesia el noble romano Lorenzo Altieri, el cual jamás había visto al santo. Cuál no sería la sorpresa de Altieri al verlo delante de él con los vestidos más ridículos. Vestía una vieja levita, tenía en la cabeza un bonete rojo y calzaba zapatillas blancas.

El médico que acompañaba a Altieri, comprendiendo su impresión, explicó el motivo por el que el santo vestía de aquella manera. Cuando supo que Felipe lo hacía así para mortificarse, quedó tan admirado que regresó otra vez a visitarlo y lo escuchó con gran respeto.

Estos extraños modos con que Felipe acogía a sus visitantes no eran del agrado de sus discípulos, quienes temían disminuyese la estima de la que el santo estaba rodeado. Uno de ellos, un día lo dijo:

-Padre, estaría bien que con ciertas personas importantes usted se portara más serio, porque quien no lo conozca podría escandalizarse.

Y él, levantándose de un salto, repuso:

-Desearías tú que otros dijeran que yo soy un hombre que sabe escupir bellas palabras ¿eh? ¿No ves, ingenuo, que entonces dirían: Felipe es un santo? ¡Que vengan a mí los gentilhombres y los nobles que lo haré peor aún!

 
“UN LOCO ALEGRE, PERO PELIGROSO”
 
“Librándonos de las vanidades damos lugar a Dios en nosotros”
 
A simple vista, nadie daría ni cinco centavos por este viejito extravagante. Pero era todo un montaje para desorientar a los soberbios y reducir a los poderosos. ¡Quién sabe por qué a San Felipe le gustaba tanto jugar malas pasadas (a veces un poco crueles), incluso a los cardenales y a la gente de alcurnia!

Cuando éstos acudían a él para demostrarle su admiración, él hacía de todo para intentar desilusionarlos: se presentaba con un gato en los brazos dándole más atención al animal que a aquellos personajes presuntuosos y terriblemente importantes. No se podía quejar de que lo llamaran “loco”, ¿verdad? Sus sabios consejos los daba también bajo forma de píldoras chistosas.

Una vez, un fraile, que le parecía demasiado vanidoso y satisfecho de su propia elocuencia (uno de esos a los que les gusta escucharse a sí mismos), lo obligó a predicar sin la túnica, luciendo una especie de calzones hasta las rodillas (como se usaba entonces).

SE REÍAN DE LAS APARIENCIAS”
 
Cuando nos preocupa lo mundano, no nos preocupa lo esencial”
 
  En tiempos de San Felipe, en Roma, vivía otro personaje amigo de nuestro santo: San Félix de Cantalicio, primer santo de la Orden de los franciscanos capuchinos. Se paseaba siempre alegre por la Ciudad Eterna mendigando y distribuyendo a los pobres lo que había recogido. Con San Felipe se llevaban que daba gusto.

  Cuando se encontraban por la calle se deseaban mala suerte diciéndose: “¡Cuándo te veré en la hoguera!” Y se oía la respuesta del otro: “¡Que te parta un rayo”.

  Un día, siempre bromeando, se desafiaron delante de un pequeño grupo de gente que pasaba por allí.

  Ahora veré si sabes vivir bien la mortificación -dice Félix a Felipe ofreciéndole una bota de vino.

  San Felipe la agarró y bebió en medio de las risas de la gente, que pensaría ver a un cura borracho.

  Pero después dijo: “Ahora veremos si tú estás mortificado”; y le encajó en la cabeza del fraile un enorme sombrero de cura sobre la capucha del hábito.

  De modo que esa tarde fueron el gracioso y ridículo espectáculo de la gente.

  Y pensar que continuamente nos amargamos si no tenemos nuestra ropa al detalle.

El hombre busca la felicidad, pero nada de este mundo puede dársela. La felicidad es el fruto sobrenatural de la presencia de Dios en el alma. Es la felicidad de los santos. Ellos la viven en las mas adversas circunstancias y nada ni nadie se las puede quitar. San Felipe Neri ilustra admirablemente la felicidad de la santidad. Dispuesto a todo por Cristo, logró maravillas en su vida y la gloria del cielo. 
Nació en Florencia, Italia, en 1515, uno de cuatro hijos del notario Francesco y Lucretia Neri. Muy pronto perdieron a su madre pero la segunda esposa de su padre fue para ellos una verdadera madre.
Desde pequeño Felipe era afable, obediente y amante de la oración. En su juventud le gustaba visitar a los padre dominicos del Monasterio de San Marco y según su propio testimonio estos padres le inspiraron a la virtud.

A los 17 años lo enviaron a San Germano, cerca de Monte Casino, como aprendiz de Romolo, un mercante primo de su padre. Su estancia ahí no fue muy prolongarla, ya que al poco tiempo tuvo Felipe la experiencia mística que él llamaría, más tarde, su «conversión» y, desde ese momento, dejaron de interesarle los negocios. Partió a Roma, sin dinero y sin ningún proyecto, confiado únicamente en la Providencia. En la Ciudad Eterna se hospedó en la casa de un aduanero florentino llamado Galeotto Caccia. quien le cedió una buhardilla y le dio lo necesario para comer a cambio de que educase a sus hijos, los cuales -según el testimonio de su propia madre y de una tía -se portaban como ángeles bajo la dirección del santo.. Felipe no necesitaba gran cosa, ya que sólo se alimentaba una vez al día y su dieta se reducía a pan, aceitunas y agua. En su habitación no había más que la cama, una silla, unos cuantos libros y una cuerda para colgar la ropa.

Fuera del tiempo que consagraba a la enseñanza, Felipe vivió como un anacoreta, los dos primeros años que pasó en Roma, entregado día y noche a la oración. Fue ese un período de preparación interior, en el que se fortaleció su vida espiritual y se confirmó en su deseo de servir a Dios. Al cabo de esos dos años, Felipe hizo sus estudios de filosofía y teología en la Sapienza y en Sant’Agostino. Era muy devoto al estudio, sin embargo le costaba concentrarse en ellos porque su mente se absorbía en el amor de Dios, especialmente al contemplar el crucifijo. El comprendía que Jesús, fuente de toda la sabiduría de la filosofía y teología le llenaba el alma en el silencio de la oración. A los tres años de estudio, cuando el tesón y el éxito con que había trabajado abrían ante él una brillante carrera, Felipe abandonó súbitamente los estudios. Movido probablemente por una inspiración divina, vendió la mayor parte de sus libro y se consagró al apostolado.
La vida religiosa del pueblo de Roma dejaba mucho que desear, graves abusos abundaban en la Iglesia; todo el mundo lo reconocía pero muy poco se hacía para remediarlo. En el Colegio cardenalicio gobernaban los Medici, de suerte que muchos cardenales se comportaban más bien como príncipes seculares que como eclesiásticos. El renacimiento de los estudios clásicos había sustituido los ideales cristianos por los paganos, con el consiguiente debilitamiento de la fe y el descenso del nivel moral. El clero había caído en la indiferencia, cuando no en la corrupción; la mayoría de los sacerdotes no celebraba la misa sino rara vez, dejaba arruinarse las iglesias y se desentendía del cuidado espiritual de los fieles. El pueblo, por ende, se había alejado de Dios. La obra de San Felipe habría de consistir en reevangelizar la ciudad de Roma y lo hizo con tal éxito, que un día se le llamaría «el Apóstol de Roma«.
Los comienzos fueron modestos. Felipe iba a la calle o al mercado y empezaba a conversar con las gentes. particularmente con los empleados de los bancos y las tiendas del barrio de Sant’Angelo. Corno era muy simpático y tenía un buen sentido del humor, no le costaba trabajo entablar conversación, en el curso de la cual dejaba caer alguna palabra oportuna acerca del amor de Dios o del estado espiritual de sus interlocutores. Así fue logrando, poco a poco, que numerosas personas cambiasen de vida. El santo acostumbraba saludar a sus amigos con estas palabras: «Y bien, hermanos, ¿cuándo vamos a empezar a ser mejores?» Si éstos le preguntaban qué debían hacer para mejorar, el santo los llevaba consigo a cuidar a los enfermos de los hospitales y a visitar las siete iglesias, que era una de su devociones favoritas.
Felipe consagraba el día entero al apostolado; pero al atardecer, se retiraba a la soledad para entrar en profunda oración y, con frecuencia, pasaba la noche en el pórtico de alguna iglesia, o en las catacumbas de San Sebastián, junto a la Vía Appia. Se hallaba ahí, precisamente, la víspera se Pentecostés de 1544, pidiendo los dones del Espíritu Santo, cuando vio venir del cielo un globo de fuego que penetró en su boca y se dilató en su pecho. El santo se sintió poseído por un amor de Dios tan enorme, que parecía ahogarle; cayó al suelo, corno derribado y exclamó con acento de dolor: ¡Basta, Señor, basta! ¡No puedo soportarlo más!» Cuando recuperó plenamente la conciencia, descubrió que su pecho estaba hinchado, teniendo un bulto del tamaño de un puño; pero jamás-le causó dolor alguno. A partir de entonces, San Felipe experimentaba tales accesos de amor de Dios, que todo su cuerpo se estremecía. A menudo tenía que descubrirse el pecho para aliviar un poco el ardor que lo consumía; y rogaba a Dios que mitigase sus consuelos para no morir de gozo. Tan fuertes era las palpitaciones de su corazón que otros podían oirlas y sentir sus palpitaciones, especialmente años mas tarde, cuando como sacerdote, celebraba La Santa Misa, confesaba o predicaba. Había también un resplandor celestial que desde su corazón emanaba calor. Tras su muerte, la autopsia del cadáver del santo reveló que tenía dos costillas rotas y que éstas se habían arqueado para dejar más sitio al corazón.
San Felipe, habiendo recibido tanto, se entregaba plenamente a las obras corporales de misericordia. En 1548, con la ayuda del P. Persiano Rossa, su confesor, que vivía en San Girolamo della Carita y unos 15 laicos, San Felipe fundó la Cofradía de la Santísima Trinidad, conocida como la cofradía de los pobres, que se reunía para los ejercicios espirituales en la iglesia de San Salvatore in Campo. Dicha cofradía, que se encargaba de socorrer a los peregrinos necesitados, ayudó a San Felipe a difundir la devoción de las cuarenta horas (adoración Eucarística), durante las cuales solía dar breves reflexiones llenas de amor que conmovían a todos. Dios bendijo el trabajo de la cofradía y que pronto fundó el célebre hospital de Santa Trinita dei Pellegrini; en el año jubilar de 1575, los miembros de la cofradía atendieron ahí a 145,000 peregrinos y se encargaron, más tarde, de cuidar a los pobres durante la convalescencia. Así pues, a los treinta y cuatro años de edad, San Felipe había hecho ya grandes cosas.
Sacerdote
Su confesor estaba persuadido de que Felipe haría cosas todavía mayores si recibía la ordenación sacerdotal. Aunque el santo se resistía a ello, por humildad, acabó por seguir el consejo de su confesor. El 23 de mayo de 1551 recibió las órdenes sagradas. Tenía 36 años. Fue a vivir con el P. Rossa y otros sacerdotes a San Girolamo della Carita. A partir de ese momento, ejerció el apostolado sobre todo en el confesonario, en el que se sentaba desde la madrugada hasta mediodía, algunas veces hasta las horas de la tarde, para atender a una multitud de penitentes de toda edad y condición social. El santo tenía el poder de leer el pensamiento de sus penitentes y logró numerosas conversiones. Con paciencia analizaba cada pecado y con gran sabiduría prescribía el remedio. Con gentileza y gran compasión guiaba a los penitentes en el camino de la santidad. Enseñó a sus penitentes el valor de la mortificación y las prácticas ayudasen a crecer en humildad. Algunos recibían de penitencia mendigar por alimentos u otras prácticas de humillación. Uno de los beneficios de la guerra contra el ego es que abre la puerta a la oración. Decía: «Un hombre sin oración es un animal sin razón».  Enseñaba la importancia de llenar la mente con pensamientos santos y pensaba que para lograrlo se debía hacer lectura espiritual, especialmente de los santos. 
Celebraba con gran devoción la misa diaria cosa que muchos sacerdotes habían abandonado. Con frecuencia experimentaba el éxtasis durante la misa y se le observó levitando en algunas ocasiones. Para no llamar la atención trataba de celebrar la última misa del día, en la que había menos personas.
Conversaciones espirituales
Consideraba que era muy importante la formación. Para ayudar en el crecimiento espiritual, organizaba conversaciones espirituales en las que se oraba y se leían las vidas de los santos y misioneros. Terminaban con una visita al Santísimo Sacramento en alguna iglesia o con la asistencia a las vísperas. Eran tantos los que asistían a las conversaciones espirituales que en la iglesia de San Girolamo se construyó una gran sala para las conferencias de San Felipe y varios sacerdotes empezaron a ayudarle en la obra. El pueblo los llamaba «los Oratorianos», porque tocaban la campana para llamar a los fieles a rezar en su oratorio. Las reuniones fueron tomando estructura con oración mental, lectura del Evangelio, comentario, lectura de los santos, historia de la Iglesia y música. Músicos, incluso Giovanni Palestrina, asistieron y escribieron música para las reuniones. Los resultados fueron extraordinarios. Muchos miembros prominentes de la curia asistieron a lo que se llamaba «el oratorio».
El ejemplo de la vida y muerte heroicas de San Francisco Javier movió a San Felipe a ofrecerse como voluntario para las misiones; quiso irse a la India y unos veinte compañeros del oratorio compartían la idea. En 1557 consultó con el Padre Agustín Ghettini, un santo monje cisterciense. Después de varios días de oración, el patrón especial del Padre Ghettini, San Juan Evangelista, se le apareció y le informó que la India de Felipe sería Roma. El santo se atuvo a su consejo poniendo en Roma toda su atención.
Una de sus preocupaciones eran los carnavales en que, con el pretexto de «prepararse» para la cuaresma, se daban al libertinage. San Felipe propuso la santa diversión de visitar siete iglesias de la ciudad, una peregrinación de unas doce millas, orando, cantando y con un almuerzo al aire libre.
San Felipe tuvo muchos éxitos pero también gran oposición. Uno de estos fue el cardenal Rosaro, vicario del Papa Pablo IV. El santo fue llamado ante el cardenal acusado de formar una secta. Se le prohibió confesar y tener mas reuniones o peregrinaciones. Su pronta y completa obediencia edificó a sus simpatizantes. El santo comprendía que era Dios quien le probaba y que la solución era la oración.
El cardenal Rosario murió repentinamente. El santo no guardó ningún resentimiento hacia el cardenal ni permitía la menor crítica contra este.  
La Congregación del Oratorio (Los oratorianos)
En 1564 el Papa Pío IV pidió a San Felipe que asumiera la responsabilidad por la Iglesia de San Giovanni de los Florentinos. Fueron entonces ordenados tres de sus propios discípulos quienes también fueron a San Juan. Vivían y oraban en comunidad, bajo la dirección de San Felipe. El santo redactó una regla muy sencilla para sus jóvenes discípulos, entre los cuales se contaba el futuro historiador Baronio.
Con la bendición del Papa Gregorio XII, San Felipe y sus colaboradores adquirieron, en 1575, su propia Iglesia, Santa María de Vallicella. El Papa aprobó formalmente la Congregación del Oratorio. Era única en que los sacerdotes son seculares que viven en comunidad pero sin votos. Los miembros retenían sus propiedades pero debían contribuir en los gastos de la comunidad. Los que deseaban tomar votos estaban libres para dejar la Congregación para unirse a una orden religiosa. El instituto tenía como fin la oración, la predicación y la administración de los sacramentos. Es de notar que, aunque la congregación florecía a la sombra del Vaticano, no recibió el reconocimiento final de sus constituciones hasta 17 años después de la muerte de su fundador, en 1612.
La Iglesia de Santa María in Vallicella estaba en ruinas y resultaba demasiado pequeña. San Felipe fue además avisado en una visión que la Iglesia estaba a punto del derrumbe, siendo sostenida por la Virgen. El santo decidió demolerla y construir una más grande. Resultó que los obreros encontraron la viga principal estaba desconectada de todo apoyo. Bajo la dirección de San Felipe la excavación comenzó en el lugar donde una antigua fundación yacía escondida. Estas ruinas proveyeron la necesaria fundación para una porción de la nueva Iglesia y suficiente piedra para el resto de la base. En menos de dos años los padres se mudaron a la «Chiesa Nuova». El Papa, San Carlos Borromeo y otros distinguidos personajes de Roma contribuyeron a la obra con generosas limosnas. San Felipe tenía por amigos a varios cardenales y príncipes. Lo estimaban por su gran sentido del humor y su humildad, virtud que buscaba inculcar en sus discípulos. 
Aparición de la Virgen y curación
Fue siempre de salud delicada. En cierta ocasión, la Santísima Virgen se le apareció y le curó de una enfermedad de la vesícula. El suceso aconteció así: el santo había casi perdido el conocimiento, cuando súbitamente se incorporó, abrió los brazos v exclamó: «¡Mi hermosa Señora! «Mi santa Señora!» El médico que le asistía le tomó por el brazo, pero San Felipe le dijo: «Dejadme abrazar a mi Madre que ha venido a visitarme». Después, cayó en la cuenta de que había varios testigos y escondió el rostro entre las sábanas, como un niño, pues no le gustaba que le tomasen por santo.
Dones extraordinarios
San Felipe tenía el don de curación, devolviéndole la salud a muchos enfermos. También, en diversas ocasiones, predijo el porvenir. Vivía en estrecho contacto con lo sobrenatural y experimentaba frecuentes éxtasis. Quienes lo vieron en éxtasis dieron testimonio de que su rostro brillaba con una luz celestial.
Ultimos años
Durante sus últimos años fueron muchos los cardenales que lo tenían como consejero.  Sufrió varias enfermedades y dos años antes de morir logró renunciar a su cargo de superior, siendo sustituido por Baronio. 
Obtuvo permiso de celebrar diariamente la misa en el pequeño oratorio que estaba junto a su cuarto. Como frecuentemente era arrebatado en éxtasis durante la misa, los asistentes acabaron por tomar la costumbre de retirarse al «Agnus Dei». El acólito hacía lo mismo. Después de apagar los cirios, encender una lamparilla y colgar de la puerta un letrero para anunciar que San Felipe estaba celebrando todavía; dos horas después volvía el acólito, encendía de nuevo los cirios y la misa continuaba.
El día de Corpus Christi, 25 de mayo de 1595, el santo estaba desbordante de alegría, de suerte que su médico le dijo que nunca le había visto tan bien durante los últimos diez años. Pero San Felipe sabía perfectamente que había llegado su última hora. Confesó durante todo el día y recibió, como de costumbre, a los visitantes. Pero antes de retirarse, dijo: «A fin de cuentas, hay que morir». Hacia medianoche sufrió un ataque tan agudo, que se convocó a la comunidad. Baronio, después de leer las oraciones de los agonizantes, le pidió que se despidiese de sus hijos y los bendijese. El santo, que ya no podía hablar, levantó la mano para dar la bendición y murió un instante después. Tenía entonces ochenta años y dejaba tras de sí una obra imperecedera.
San Felipe fue canonizado en 1622
El cuerpo incorrupto de San Felipe esta en la iglesia de Santa María en Vallicella, bajo un hermoso mosaico de su visión de la Virgen María de 1594.
DICHOS DE SAN FELIPE

«Quien quiera algo que no sea Cristo,
no sabe lo que quiere; 
quien pida algo que no sea Cristo, 
no sabe lo que pide; 
quien no trabaje por Cristo, 
no sabe lo que hace» 
 -San Felipe Neri

«Como es posible que alguien que cree en Dios
pueda amar algo fuera de Él».
 
 -San Felipe Neri
«¿Oh Señor que eres tan adorable
y me has mandado a amarte,
por qué me diste tan solo un corazón
y este tan pequeño?» 
San Felipe Neri
Bibliografía
Butler, Vida de los Santos, Vol II
PP. Louis Poncelle y Louis Bourdet, St. Philip Neri and teh Roman Society of his times.