Exigir un maestro heterosexual  sin complejos

Comencé con un grupo de teatro en mi asociación cultural. También tenía un grupo de voces y otro de magia, con unos veinte chicos de talento para atender.

Por ello me puse a buscar a un profesor con talento y que tuviera cierta sintonía con mis inclinaciones artísticas.

Ya había conseguido un profesor de voces magnífico y un auténtico mago. Pero el de acting me estaba resultando difícil. En mis dos intentos anteriores los profesores habían resultado ser uno incapaz de lidiar con los actores (diez niños de 12 y 13 años) y otro homosexual que les pidió desvestirse… y no me gustó (ni a los padres…). Duró ese día.

Fui a una academia y pedí si me podían proporcionar un profesor de teatro, con las condiciones de que no fuera homosexual, por que ya teníamos el cupo cubierto. Se organizó un gran revuelo entre el director de la academia y el relator de esta anécdota. Homófobo me llamó. Se entiende, por cómo está la sociedad. No se puede hablar claro. Pero yo no me la puedo jugar. Hoy se lleva a cabo una escuela de actores con jóvenes talentos, que reciben una instrucción profesional a cargo de maestros de actores que no acosan a nadie.

Ofrecemos más abajo un ensayo ¡por fin! escrito por un ex-homosexual sobre la homosexualidad.

En él se detalla una descripción honesta del estilo de vida homosexual.  Si no desee leer tales cosas, NO LEA ESTE ARTÍCULO. Si lo lee efectivamente, no nos envíe una queja. Ha sido advertido de antemano.

LA VERDAD SOBRE EL MOVIMIENTO DE LOS DERECHOS SEXUALES.

Los libros eran una pantalla para la pornografía

ADVERTENCIA: El siguiente ensayo, escrito por un ex homosexual, revela la realidad psicológica que anima a los grupos de presión homosexual. Al hacerlo relata hechos y prácticas con absoluta crudeza. El autor ha pedido que se respete la cruda y gráfica versión original, por ello, no recomendamos su lectura a quienes creen que la descripción de algunas prácticas homosexuales pueda ofenderle.

La verdad sobre el movimiento de derechos homosexuales. Por Ronald G. Lee.

Nota del editor: Este artículo contiene una descripción honesta del «estilo de vida» homosexual. Si no desee leer tales cosas, NO LEA ESTE ARTÍCULO. Si lo lee efectivamente, no nos envíe una queja. Ha sido advertido de antemano.

Existía una librería «gay» llamada Lobo’s en Austin, Texas, cuando vivía allí como estudiante. El diseño era interesante. Ver el interior desde la calle permitía apreciar solo libros. Parecía una librería cualquiera.

Había una sección dedicada a los clásicos de ficción «gay» de escritores como Oscar Wilde, Gertrude Stein y W. H. Auden. Había biografías de prominentes iconos «gay», algunos de los cuales, como Walt Whitman, probablemente habrían aceptado ser etiquetados como homosexuales, pero muchos de ellos también como el ídolo de Whitman, el Presidente Lincoln, que se habían acomodado en la causa solo por haber tenido cosas como un mal matrimonio o una intensa relación con alguien del mismo sexo.

Había desapasionadas memorias «gay» modernas y recuentos históricos de los orígenes y el desarrollo del movimiento de los «derechos gays». Todo se veía tan inicuo y tan burgués. Pero si ibas más allá de lo que se veía, antes de ver cualquier otra sección, detrás de los libros, había una sección no visible: la sección de pornografía. Cientos y cientos de videos pornográficos, todos sobre hombres, o que versaban sobre cualquier categoría concebible para todo gusto sexual o fantasía. Y te dabas cuenta de algo más también. No había clientes al frente. Todos los clientes estaban en la parte de atrás, en la zona de los videos. Hasta donde sé, soy la única persona que sí compró un libro en Lobo’s. Los libros eran, en el estricto sentido de la palabra, una pantalla para el porno.

¿Entonces por qué desperdiciar cientos de miles de dólares en libros que nadie iba a comprar? Era claro que de la gran zona de libros «a la venta» solo una pequeñísima parte de ellos iban a ser comprados a su precio original. Los dueños de Lobo’s estaban aparentemente desperdiciando mucho dinero en novelas gay y en trabajos de la historia gay, cuando todo el dinero real estaba en la pornografía. Pero el dinero gastado en libros no estaba siendo desperdiciado. Era usado para comprarlo como un lugar que es más precioso que el oro para el establishment del movimiento de derechos gay.

Respetabilidad

Respetabilidad y la apariencia de normalidad.

Sin la inversión, no estaríamos involucrados en un debate serio sobre la legalización del «matrimonio» de personas del mismo sexo. Por el tiempo en que viví en Austin, había estado pensando sobre mí mismo como gay por casi 20 años. Basado en la experiencia adquirida durante esos años, reconocí en Lobo’s una metáfora para la estrategia usada para vender los derechos gay a las personas de Estados Unidos, y para la sórdida realidad que la estrategia ocultaba.

Así es como «deconstruyo» Lobo’s: hay dos clases de personas que miran por la ventana: los que están tentados a involucrarse en actos homosexuales, y los que no lo están.

Para quienes no lo están, los estantes de libros transmiten el mensaje de que los gays no son distintos a nadie, que la homosexualidad no está mal, es solo diferente. Ya que la mayoría de ellos nunca sabrá más de la homosexualidad además de lo que han aprendido mirando por la ventana. Esa impresión es de gran importancia política y cultural, porque sobre esa base reaccionarán sin alarma, o incluso con apoyo activo, al progreso de los derechos gay. Hay millones de estadounidenses bien intencionados que apoyan los derechos gay porque creen que lo que están mirando en Lobo’s es lo que en realidad hay allí. No se les ocurre que están mirando un escenario manejado precisamente para manipularlos, distraerlos de una verdad que nunca perdonarían.

Para quienes están tentados a involucrarse en actos homosexuales, la vista desde la calle también es consoladora. Hace que la vida como homosexual se vea segura y libre de amenazas. Normal, en otras palabras. Tarde o temprano, muchas de estas personas dejarán de mirar hacia adentro y efectivamente entrarán. A diferencia de los compradores usuales, no se distraerán con los libros por mucho rato. Rápidamente descubrirán la sección pornográfica. Y sin importar cuán desagradable encuentren la idea al principio (si en efecto les resulta así), también se darán cuenta de que la sección pornográfica es donde están los clientes. Y se sentirán tontos entre los libros. Eventualmente, encontrarán su camino hacia la zona porno, como el resto de clientes. Y como ellos, comenzarán a mirar los videos. Y, querido lector, allí es donde la mayoría de ellos pasará el resto de sus vidas, hasta que Dios o el SIDA, las drogas o el alcohol, el suicidio o la soledad en la vejez, intervenga.

Ralph McInerny una vez ofreció una definición brillante sobre el movimiento de los derechos gay: autodecepción mientras el grupo se esfuerza. Sin embargo, la decepción del público en general también es vital para el éxito de la causa. Y en ningún otro lugar la decepción es más egregia, o tan exitosa, como en la campaña para persuadir a los cristianos de que, para parafrasear el título de un reciente libro, Jesús fue Gay, y las iglesias deben abrir sus puertas a los amantes del mismo sexo.

El movimiento cristiano gay descansa en una estratagema que es desafiante y deshonesta. Lo sé porque fui convencido por éste durante largo tiempo. Como los dueños de Lobo’s, el éxito depende del camuflaje de la verdad, que está escondida del plano general todo el tiempo. No es de sorprender que El Mago de Oz sea tan interesante entre los homosexuales. «Ponle atención al hombre detrás de las cortinas» podría ser un lema y el mantra para todo el movimiento. Ningún libro tuvo tanta influencia en mi propia experiencia de salir del closet como el «clásico» del ex sacerdote John McNeill de 1976 «La Iglesia y el Homosexual». Este libro es para Dignity (N.T. Esta organización se autodefine como un grupo que trabaja por el «respeto y justicia para todos los gays, lesbianas, bisexuales y transgéneros en la Iglesia Católica y el mundo a través de la educación, la defensa y el apoyo». Se inició en San Diego, USA, en 1969 y no sigue las enseñanzas de la Iglesia sobre moral sexual) lo que el Manifiesto Comunista fue para la Rusia Soviética. Buena parte del libro está dedicada a ofrecer interpretaciones alternativas a pasajes que condenan la homosexualidad, y a poner las escrituras anti-homosexuales de los Padres de la Iglesia y los escolásticos en contextos históricos de modo tal que los presenta como irrelevantes e incluso ofensivo para los lectores modernos.

La primera impresión de un joven lector ingenuo y sexualmente confundido como yo a lo que McNeill había ofrecido era tenerlo como una alternativa plausible a la enseñanza tradicional. Me hizo sentir justificado al decidir salir del closet. ¿Eran sus argumentos persuasivos? Francamente, no me importaba, y no creo que a la mayoría de los lectores de McNeill tampoco les importe. Fueron entrenados en ese lenguaje y les sonaba plausible. Eso era todo lo que importaba.

McNeill, como la mayoría de los miembros de su campo, trató el debate sobre la homosexualidad al principio y básicamente como un debate sobre su propia interpretación de los textos, pasajes como la historia de Sodoma en la Biblia y lo artículo relevantes de la Summa (Theologica).

La implicancia fue que una vez que eran reinterpretados, o precisados como irrelevantes, los defensores de los derechos gay habían prevalecido; y la puerta estaba abierta para que los homosexuales practicantes tengan la cabeza en alto en la iglesia. Y existe cierto sentido en lo que esto se puede considerar que ha logrado ser aceptado como verdad. Dada la extensión del debate que se ha enfocado en interpretar los textos, los apologistas gay han ganado para sí mismos cierto grado de legitimidad. Pero eso es porque, como para cualquiera que está familiarizado con la historia del protestantismo, la interpretación de textos es un proceso interminable. Los esfuerzos de personas como McNeill no necesitan ser persuasivos, solo necesitan ser útiles.

Así es como funciona. McNeill reinterpreta la historia de Sodoma, aduciendo que no condena la homosexualidad, sino la violación entre varios. Los teólogos ortodoxos responden, en un encomiable pero ingenuo intento por rebatirlo: ingenuo porque estos teólogos presumen que McNeill cree en sus propios argumentos, y le están escribiendo a un estudioso, no a un propagandista.

McNeill ignora los argumentos de sus críticos, desechándolos por estar basados en la homofobia y repite su posición original. Los ortodoxos responden nuevamente como si en realidad estuvieran tratando con otro teólogo. Y la cosa va y viene varias veces más. Finalmente McNeill o alguien como él se pone de pie y anuncia: «Sabes, esto no nos está llevando a ninguna parte. Tenemos nuestra exégesis y nuestra teología. Ustedes tienen la suya. ¿No podemos simplemente estar de acuerdo o en desacuerdo?» Eso suena razonable, tan eAPTALénico.

Y si los ortodoxos se lo tragan, han perdido, porque los apologistas de los derechos gay han ganado un lugar en la mesa desde donde hablan y nunca serán sacados. Llegar a la verdad sobre Sodoma y Gomorra, o correctamente aprender la ética de Santo Tomás, nunca fue el verdadero asunto. Ganar la admisión a la Santa Comunión era lo que les importaba.

Incluso como un joven ingenuo, un aspecto de «La Iglesia y el Homosexual» me golpeó como algo extraño. Dado que McNeill estaba sugiriendo una revisión radical de la ética tradicional católica, no había casi nada en ella sobre ética sexual. La ética sexual católica es bastante específica sobre los fines de la sexualidad, y sobre las formas de conducta coherentes con esos fines. La crítica de McNeill a la ética tradicional ocupaba gran parte de su libro, pero dejaba al lector con solo la vaga idea sobre lo que proponía en lugar de ella. Por esa razón, no había casi nada en el libro sobre la vida real de los homosexuales reales. La homosexualidad era tratada en todo el libro como una especie de abstracción intelectual.

Pero estaba desesperado por tener alguna idea por saber lo que me esperaba en el otro lado de la puerta del closet. Y con nadie excepto el P. McNeill como guía, estaba restringido a leer entre líneas. Había un solo pasaje que interpreté como una clave. Era una cosa accesoria, realmente. En un punto, él comentaba que las uniones monógamas de personas del mismo sexo eran coherentes con las enseñanzas de la Iglesia, o al menos coherentes con el espíritu de la Iglesia renovada después del Concilio Vaticano II.

Con nada más para seguir, interpreté esto en un sentido prescriptivo. Interpreté a McNeill como si estuviera afirmando que los actos homogenitales eran morales solamente en el contexto de una relación monógama. Y, además, salté a lo que parecía una conclusión razonable que el autor conocía este tipo de relaciones, y que mi expectativa razonable era encontrar tal tipo de relaciones para mí. De otra manera, ¿para el beneficio de quién estaba él escribiendo? No eran tan ingenuo (aunque sí lo era mucho) como para no saber de la existencia de hombres homosexuales promiscuos. Pero, con McNeill al costado, repito, contenía virtualmente la única fuente en la que se ofrecía una ética sexual gay, lo que me hizo creer que además de los promiscuos, existía un contingente de hombres gay que estaban comprometidos en la vida monógama. De otra forma, el P. McNeill estaba implícitamente defendiendo la promiscuidad. Y la sola idea de que un sacerdote defendiera la promiscuidad era inconcebible para mí (Sí, así de ingenuo era).

Hace varios años, McNeill publicó una autobiografía. En ella, no escatimaba palabras sobre su experiencia como un sacerdote católico sexualmente activo y promiscuo. Escribe casi de modo nostálgico sobre el tiempo que pasaba de caza sexual en bares. Aunque llegó a encontrar un compañero estable (mientras era sacerdote todavía) nunca se disculpó por sus años de promiscuidad, o incluso ni siquiera por lo que alude a la disparidad entre su propia vida y el pasaje en «La Iglesia y el Homosexual» que significaba tanto para mí.

Es posible que ni siquiera recuerde haber sugerido que se supone que los homosexuales deben mantenerse célibes hasta que encuentran una relación monógama. Es obvio que nunca quiso que ese pasaje se tomara seriamente, excepto por aquellos que solo miraban por la ventana, en otras palabras, no por aquellos católicos no homosexuales, bien intencionados, de preferencia aquellos en posiciones de autoridad. O igualmente ingenuos, que lo tomaran en serio los jóvenes como yo que estaban buscando una razón para actuar según sus deseos sexuales, preferentemente aquellos que no hirieran tanto sus conciencias, al menos no al principio. Los últimos, el escritor presumía, eventualmente encontraron el camino hacia la sección pornográfica, en donde su complicidad en la estafa los haría indistinguibles del resto de clientes regulares. Claramente, había una razón por la que en el primer libro escribía tan poco sobre las vidas reales de los homosexuales, como él mismo.

No veo como la contradicción entre «la Iglesia y el Homosexual» y la autobiografía pudiera ser accidental. ¿Por qué McNeill pretendería creer que los homosexuales deben restringirse al sexo dentro de relaciones monógamas cuando su vida demuestra que él no lo hacía? Solo puedo pensar en una razón: porque él sabía que si decía la verdad su causa moriría en el agua.

Aunque hasta el día de hoy McNeill, como todos los propagandistas cristianos gays, evita el asunto de la ética sexual como si fuera algún tipo de peste, su vida permite conocer claramente lo que en realidad piensa. Cree en una libertad sexual irrestricta. Cree que hombres y mujeres deben tener el derecho a formar parejas con quien sea que lo deseen, cuando lo quieran, cómo lo quieran, y con la frecuencia que deseen. Probablemente él añadiría algún tipo de comentario insignificante sobre ninguno de los dos saliendo herido o siendo ambos tratados con respeto, pero cualquiera que está algo familiarizado con el culebrón de la cultura sexual moderna (heterosexual y homosexual) sabrá qué tan seriamente debe tomar ese comentario.

Y él sabía perfectamente bien que si era honesto sobre sus objetivos reales, no habría Dignity, no habría Movimiento Gay cristiano, al menos no uno que tiene las posibilidades de éxito como si fuera una bola de nieve. Sería como desechar los libros y dejar a los compradores casuales que miran por la ventana que vean la pornografía. ¿Y no podemos tener eso ahora, o sí?

En otras palabras, el ex P. McNeill es un mal sacerdote y una estafa. Y dado las consecuencias con frecuencia letales de involucrarse en el sexo homosexual, es un estafador con las manos ensangrentadas.

Permítanme ser claro. Creo que lo que en verdad cree McNeill, deducido de su conducta real y de los argumentos que coloca al frente para el beneficio de los ingenuos y crédulos, representa las verdaderas metas y objetivos del movimiento de derechos homosexuales. Es decir, la pornografía que los libros deben encubrir. En otras palabras, si usted apoya lo que ahora se describe en términos eufemísticos como «la bendición de uniones del mismo sexo», en la práctica está apoyando la abolición de toda la ética sexual cristiana y su sustitución con un mercado sexual irrestricto que permite cualquier cosa.

La razón por la que el movimiento de derechos homosexuales ha logrado tener a tantas personas que apoyan su causa es sencilla: porque una vez que el tabú es abrogado, no queden tabúes. Una vez escuché a un episcopaliano heterosexual ponerlo de esta forma: Si no quiero que la iglesia se meta en mi cuarto, ¿cómo puedo condonarla cuando limita la libertad sexual de los homosexuales? Esto puede sonar extraño, pero si todavía cree que el debate se refiere al estatus religioso de las relaciones sexuales homosexuales, por favor prepárese para señalar alguna iglesia en algún lugar de Estados Unidos que haya abierto sus puestas a homosexuales activos sin haberlas abierto también a toda forma de parejas sexuales imaginables. Soy demasiado viejo para ser engañado por el «Padre» McNeill y sus abstracciones. Muéstreme.

Hace unos años, me suscribí al grupo de yahoo de Dignity en Internet. Había varios cientos de suscritos. En algún punto, un joven confundido y con problemas preguntó ¿Alguno de los suscritos le da algún valor a la monogamia? Inmediatamente le respondí que yo sí. Unos días después el joven me escribió. Había recibido docenas de respuestas, algunas de las cuales eran bastante hostiles y degradantes, y todas, excepto las mías, les decían que saliera y se acostara con alguien porque en eso consistía ser gay. (Este era un grupo gay «católico») No sabía que hacer con eso porque nada de la propaganda a la que estaba expuesto antes de salir del closet lo prepara a uno para lo que estaba al otro lado de la puerta del closet. No tenía ni idea de lo que podía decirle, porque en ese tiempo todavía tenía la mentira dentro de mí. Ahora la solución parece obvia. Lo que debe escribirle era: «Te han mentido. Pídele perdón a Dios y regresa a Kansas tan pronto como puedas. La tía Em está esperando».

A la luz de la legítima preocupación por la pornografía en Internet, podría parecer irónico decir que Internet ayudó a rescatarme de la homosexualidad. Durante 20 años pensé que había algo malo en mí. Decenas de personas bien intencionadas me aseguraron que había todo un mundo diferente de hombres homosexuales, un mundo que por alguna razón nunca pude encontrar, un mundo de homosexuales temerosos de Dios, de buen obrar, y fieles en la práctica. Me aseguraron que ellos mismos conocían personalmente (de hecho o en realidad) que tales hombres existían. Ellos conocían a tales hombres (o al menos habían escuchado de algunos que sí los conocían). Y lo creí, aunque mientras los años pasaron todo se hizo más y más complicado. Luego tuve una computadora personal y una suscripción a AOL. «OK.», pensé, «los homosexuales moralmente conservadores son obviamente tímidos y temerosos de movimientos repentinos. No les gustan los bares ni los baños. A mí tampoco. No van a las reuniones de Dignity o a los servicios de la iglesia de la comunidad metropolitana porque las iglesias ‘gay’ son realmente baños con una máscara de lugares de culto. Pero no hay razón para que un homosexual moralmente conservador no se suscriba a AOL y envíe un perfil. Si yo puedo hacerlo, cualquiera puede hacerlo». Así que lo hice.

Escribí un perfil describiéndome como un católico conservador (más o menos) que amaba la música clásica y el teatro y los buenos libros y las conversaciones interesantes sobre todo lo anterior. Dije que tenía muchas ganas de conocer a otros homosexuales que pensaran de modo similar para tener amistad o romance. Traté de ser lo más claro posible. No estaba interesado en aventuras de una noche. Y en minutos, tras colocar el perfil, recibí mi primera respuesta que consistía en 4 palabras «¿De cuántos centímetros hablamos?» Mi experiencia de buscar amor en AOL se fue rápidamente por el caño a partir de ahí.

Cuando salí del closet en 1980, era común para los apologistas de los derechos gays culpar por la promiscuidad entre los hombres gay a la «homofobia internalizada». Los hombres gay, como los negros, internalizaron y actuaron de acuerdo a las mentiras sobre ellos aprendidas de la cultura americana reinante. Además, los homosexuales fueron forzados a buscar amor en bares, baños y parques por temor al acoso en manos del medio homofóbico.
La solución a este problema, nos dijeron, era permitir que los homosexuales salieran del closet al mundo, sin miedos. Una variante de este argumento todavía es defendido por activistas como Andrew Sullivan, para legitimar los matrimonios homosexuales. Y parecía suficientemente razonable hace 20 años. Pero han pasado 35 años desde el infame Stonewall Riots de 1969 en New York (N.T. Fueron una serie de enfrentamientos de activistas homosexuales que comenzaron el 28 de junio de este año y que marcaron un hito para este colectivo. Para algunos este hecho generó las conocidas marchas del orgullo gay), el Lexington y Concord del movimiento de liberación gay. Durante este tiempo, los homosexuales han logrado espacios públicos en toda ciudad norteamericana importante, y en muchas de las no tan importantes también. Han tenido la oportunidad de crear lo que han querido en esos espacios ¿y qué han creado? Nuevos espacios para encontrar compañeros sexuales.

Hay otra razón, además del valor de la propaganda, por la que lugares como Lobo’s venden pornografía tan bien como si fuera poesía: porque sin la pornografía, pronto dejarían de tener negocio. Y de hecho, la mayoría de librerías gay ya no están en el negocio, pese a la pornografía. Tras un estallido inicial de entusiasmo en los 70’s y 80’s, las publicaciones gay comenzaron a declinar, y parece no haber signos de que se revierta la situación. Una vez que la novedad se quemó, los hombres gay se aburrieron pronto de leer sobre hombres que tenían relaciones entre ellos, y comenzaron a dedicar su tiempo e ingresos a conseguir el objetivo real. La comunidad de gays y lesbianas enfoca sus luchas en mantener sus puertas abiertas. Las iglesias gay sobreviven como lugares en donde los «fieles» pueden ir a dormir y limpiar sus conciencias luego de una noche de sábado en la que buscaron sexo en los bares. Y no hay peligro en haber escuchado alguna vez desde un púlpito algo que sugería que la caza en bares no es coherente con creer en la Biblia. Cuando viví en el Reino Unido, me sorprendió la extensión en la que la cultura gay en Londres replicaba la de Estados Unidos. Lo mismo en París, Ámsterdam y Berlín. La homosexualidad es una de las exportaciones culturales más exitosas de Estados Unidos. Y el centro de los espacios sociales gay de Europa es idéntico al de Estados Unidos: sexo. El ciberespacio es ahora la última conquista para el sorprendente y moderno Magallanes: el hombre homosexual en búsqueda de nuevas conquistas sexuales.

Pero en este punto, ¿cómo es posible culpar de la promiscuidad entre los homosexuales a la homofobia, internalizada o lo que sea? Sobre la base de la evidencia que no es más fuerte que el deseo sincero, Andrew Sullivan quiere que creamos que legalizar el «matrimonio» de las uniones del mismo sexo domesticará a los gays, que toda su energía dedicada ahora a construir bares y baños será dirigida a hacer cercos y garajes para dos carros. Lo que Sullivan no quiere enfrentar es que los homosexuales no son promiscuos por la «homofobia internalizada» o las leyes que prohíben el «matrimonio» de personas del mismo sexo. Los homosexuales son promiscuos porque cuando tienen la oportunidad, de manera aplastante eligen ser promiscuos. Y destruir el fundamento social de la civilización, la familia, no va a cambiar eso.

Una vez leí un ensayo curiosamente honesto en el que Sullivan admitía la razón real para promover la causa del «matrimonio» homosexual. Enfrentó la a veces sórdida naturaleza de su vida sexual, que es bastante más de lo que los activistas gay están preparados a hacer, y la lamentó. Deseó haber seguido un tipo de vida diferente, y aparentemente creía que si el matrimonio fuese una opción legal, lo habría hecho. Respeto más a Andrew Sullivan que a muchos activistas gay. Creo que él hubiera querido seriamente reconciliar sus deseos sexuales con las exigencias de su conciencia. Pero con el debido respeto, ¿estamos el resto de nosotros preparados para el sacrificio de la institución familiar por la insostenible esperanza de que hacerlo haría que para Sullivan fuera más fácil tener sus interiores con el cierre arriba?

¿Pero no es teóricamente posible que los homosexuales puedan restringirse a algo que parezca a la ética sexual tradicional cristiana, excepto en lo que se refiere a la parte de la procreación –en otras palabras relaciones de por vida monógamas? Claro que es teóricamente posible. También fue teóricamente posible en 1968 que el uso de anticonceptivos hubiera estado restringido a las parejas casadas y que la caída en la anarquía moral que hemos vivido desde entonces hubiera podido ser evitada. Es teóricamente posible, pero es prácticamente imposible. Es imposible porque toda la noción de una orientación sexual estable en la que descansa todo el movimiento de derechos gay en realidad no tiene base.

René Girard, el crítico literario francés y sociólogo de la religión, considera que la civilización humana está basada en el deseo. Todas las civilizaciones han rodeado a los objetos de deseo (incluyendo el deseo sexual) con una elaborada e irrompible pared de tabúes y restricciones. Hasta ahora. Lo que estamos viendo en el occidente moderno no es la legitimación de cualquier y no de las formas honorables de amor humano.

Somos testigos de la reducción de la civilización a su más bajo común denominador: desatado e irrestricto deseo. Decir que hemos abierto la caja de Pandora estaría por debajo de lo que en realidad sucede. Abróchense los cinturones, damas y caballeros, que se avecina un milenio complicado.

Cuando crecía, se presumía que todos éramos heterosexuales. Luego la homosexualidad fue introducida como una alternativa. No parecía una revisión muy importante al principio porque, además de la procreación, la homosexualidad, al menos en teoría, dejaba intacta el resto de la ética sexual tradicional. Dos personas del mismo género podían (en teoría) enamorarse y vivir una vida de compromiso monógamo. Luego se introdujo la bisexualidad, y las implicancias reales de la revolución sexual se hicieron claras. La monogamia salió por la ventana. Las normas morales también. La sexualidad hágalo-usted-mismo se convirtió en la norma. Quien quiera saber lo que eso quiere decir solo tiene que entrar en Internet. Allí se ofrece crudos asientos para el circo de la desintegración de la civilización.

Miren Yahoo, por ejemplo. Yahoo hace posible que las personas compartan un interés común al crear grupos con el propósito de contactarse y compartir información. Si eso solo considera a interesados en genealogía y coleccionistas de sellos, piense nuevamente.

Hay miles de miles de grupos de Yahoo que reúnen personas con todo tipo de perversión sexual imaginable. Muchos de ellos desafiarían la imaginación del Marqués de Sade mismo. Personas que hasta hace algunos años solo podían fantasear ahora tienen serias esperanzas de hacer realidad estas fantasías. Conocí a un hombre en línea cuyo más hondo deseo era ser golpeado con una billetera de cuero. Tenía que ser de cuero. Y tenía que ser una billetera. Y tenía que ser golpeado con ella. La fricción genital pasada de moda era opcional. Este hombre quería que la marca Gucci terminara tatuada en toda su espalda. No había pináculo de pasión superior a éste para él. E insistía en que este deseo era fundamental para su naturaleza sexual del mismo modo en el que el deseo de ir a la cama con un hombre lo era para mí. Además, había formado un grupo en Yahoo que tenía más de tres mil miembros, y todos compartían la misma pasión. No hay objeto en el universo, ni humano ni animal, que no pueda ser erotizado. Entonces, ¿es el deseo de ser golpeado una con una billetera de cuero una «orientación sexual»? ¿Si no lo es, qué lo hace diferente?

Hubo un tiempo en el que habría dicho: «Claro que es diferente. Puedes compartir la vida con una billetera de cuero. Puedes amar una billetera de cuero. Estás hablando de un fetiche, no de una orientación sexual. Los dos son completamente diferentes». Pero la verdad es que todos los homosexuales con los que me he encontrado tenían un fetiche para la piel desnuda masculina, con toda la cosificación y despersonalización que éste implica, que ahora considera la distinción sofisticada. El cuero es también piel, después de todo. La única diferencia real entre el hombre de Internet y el homosexual promedio es que prefería la piel italiana, bovina y bronceada.

Con los años, he asistido a distintos servicios religiosos gays y cercanos a los gays. Todos compartían una característica en común: un tácito acuerdo de nunca decir una palabra desde el púlpito –o desde cualquier lugar sobre este asunto– que sugiriera que debían haber restricciones para la conducta sexual humana. Si alguien que lee esto está familiarizado con las iglesias de Dignity o de Integrity o Metropolitan Community, o para este asunto, con el protestantismo o el catolicismo post-Vaticano II, déjenme preguntarles algo: ¿Cuándo fue la última vez que escucharon un sermón sobre ética sexual? ¿Ha escuchado alguna vez un sermón sobre ética sexual? Doy por hecho que la respuesta es negativa. ¿Nuestros sacerdotes y pastores honestamente creen que los cristianos en Estados Unidos no necesitan sermones sobre ética sexual?

Aquí está el hecho terrible: Si como nación y como iglesia permitimos que se nos estafe con las parejas monógamas del mismos sexo, estaremos recibiendo en nuestros lugares de comunión (asumiendo que todavía los tenemos) no solo a un estadísticamente insignificante número de parejas del mismo sexo que han vivido juntas por más de unos pocos años (la mayoría de los cuales compraron la estabilidad lanzando la monogamia), también estaremos legitimando cualquier tipo de gusto sexual, desde la masturbación y el adulterio pasados de moda hasta las más degeneradas formas de fetichismo. En otras palabras, estaremos dándole nuestra bendición al suicidio de la civilización occidental.

¿Pero qué hay sobre todas esas imágenes de parejas del mismo sexo que se aman, muriendo por engancharse con lo que los medios están inundados en estos días? Eso también solía confundirme. Parece que The New York Times no tiene problemas para encontrar compañeros del mismo sexo exitosos para fotografiar y entrevistar. Pero pese a mis mejores esfuerzos, nunca pude encontrar este tipo de parejas que aparecen regularmente en Oprah. Los medios tienen una ideología y no están interesados en decir la verdad sobre la homosexualidad.

Conocí a Wyatt (no es su nombre real) en línea. Durante cinco años estuvo en una relación homosexual desastrosa. Su compañero era infiel y alcohólico que también tenía problemas de drogas. La relación era algo que le hubiera dado pesadillas a Strindberg. Cuando el estado de Vermont legalizó el «matrimonio» del mismo sexo, Wyatt vio eso como una última oportunidad para hacer que su relación funcione. Él y su compañero viajaron a Vermont para «casarse». Esto atrajo la atención de un diario local, que cubrió la historia con fotos de la recepción. En la nota, Wyatt y su compañero eran presentados como una pareja amorosa que finalmente tuvo la oportunidad de celebrar su compromiso públicamente. No se dijo nada sobre el problema de las drogas ni el alcoholismo ni la infidelidad. El matrimonio fue un fracaso total y terminó muy mal varios meses después. Y el diario no le hizo el seguimiento. En otras palabras, el principal diario de una de las ciudades norteamericanas más grandes hizo una historia equívoca sobre una mala relación, una historia que probablemente persuadió a más de un joven con el hecho de que algún día podría ser tan feliz como Wyatt y su «compañero». Y esa es la parte triste.

Pocas veces uno lee cosas como las de mi amigo Harry (no es su nombre real) que era un hombre de edad promedio, calvo y un poco gordo. Estaba casado y tenía dos hijas. Y era infeliz. Harry se había persuadido de que era infeliz porque era gay. Se divorció de su esposa, que ahora está casada con otra persona, sus hijas no le hablan, y descubrió que los hombres con su apariencia no son populares en los bares gays. De algún modo, Oprah olvidó mencionar eso. Ahora Harry toma antidepresivos para evitar suicidarse.

Luego hubo otro hecho, de alguien que tenía el mismo nombre. Harry (no es su nombre real, pero lo pongo porque era igual al anterior) tenía unos 30 años (pero podía pasar por alguien de 20) y había crecido en un entorno mormón, con toda la ingenuidad que eso sugiere. A diferencia del primer Harry, no tenía dificultad en conseguir citas, o relaciones. El problema era que las relaciones nunca duraban más de un par de semanas. Harry desarrolló rápidamente un problema serio con la bebida. (Demasiado para la sabiduría de los mormones). Si le sucedía a usted que hubiera estado en un bar alrededor de las 2 a.m., probablemente podría haber tenido a Harry para esa noche si le interesaba. Estaba tan ebrio que no lo recordaría al día siguiente, y todo lo que quería en ese momento era que alguien lo abrazara.

La cultura gay es una paradoja. La mayoría de homosexuales tienden a ser demócratas liberales, o en el Reino Unido, simpatizantes del Partido Laborista. Están en los partidos en los que las políticas son más compasivas a las necesidades de los desprotegidos y oprimidos. Pero no hay nada de compasivo en un bar gay. Representa el dejar hacer del mercado sexual libre del más darwiniano tipo. No hay lugar en él para aquellos que no están preparados a competir, y las reglas de juego son despiadadas e inmisericordes. Recuerdo una vez cuando estuve en un pub gay en la zona central de Londres. La mayoría de los hombres estaban entre los 20 y 30 años aproximadamente. Un caballero mayor entró, parecía tener algo más de 70 años. Era como si el Ángel de la muerte en persona hubiera llegado. En ese bar lleno de gente, se abrió un espacio a su alrededor en el que nadie quería estar. Su sombra transmitía una suerte de contagio. Era obvio que su presencia ponía nerviosos a los demás clientes. Miró tranquilamente el bar y ordenó una bebida. No le habló a nadie y nadie le habló. Cuando terminó su bebida y se fue, la mirada de alivio de toda esa gente reinó en el pub. Ahora todos podían volver a pretender que los homosexuales siempre son jóvenes y bellos.

Querido lector, ¿sabe lo que es un «cazador de bichos» (bug chaser)? Es un hombre joven que quiere contagiarse de VIH para nunca llegar a viejo. Y esa es la palabra que Harry dejó a su esposa, y el otro Harry a su iglesia, para encontrar la felicidad en ella.

He conocido a muchas personas como los dos Harrys. Pero he conocido unos pocos que siquiera bordean la semblanza idealizada de las imágenes que vemos en las películas ganadoras del Oscar como Filadelfia, o en la sección de magazine de The New York Times. Lo que encuentro sospechoso es que los medios ignoran la existencia de personas como los dos Harrys. La infelicidad es tan común entre los homosexuales que se barre bajo la alfombra, mientras que se ofrece al consumo público irreales modelos. Al final hay buen material para un debate serio sobre la proposición de que «lo gay es bueno», pero ese debate no se realiza, porque la mayoría de los principales medios ya han tomado su (o nuestra) decisión.

Pero es difícil ocultar la pornografía por siempre. Cuando estaba dejando Londres, tuve una magnífica amiga llamada Maggie (no es su nombre real) que era una liberal. Su gran corazón latía por los oprimidos. Como la mayoría de los liberales, estaba orgullosa de su mente abierta (open-mindedness) y la blandía como una espada de honor. Maggie vivía en una casa tan grande como su corazón y todos sus hijos ya habían crecido y se habían mudado. Tenía un par de cuartos que alquilaba. Sucedió que los dos inquilinos que tuvo eran gays. La primera reacción de Maggie fue un sincero entusiasmo. No conocía a muchos gays, y pensó que la experiencia de rentar los cuartos a dos homosexuales confirmaría su mente abierta. Creyó que sería una experiencia de la cual aprendería. Lo fue, pero no el tipo de aprendizaje que tenía en mente.

Un día Maggie me contó sus problemas y me confesó sus dudas. Me habló de lo que era ver a sus dos inquilinos por la mañana a la hora del desayuno, cómo encontraba a dos extraños todas las mañanas que habían llegado la noche anterior. Rara vez eran los mismos extraños en dos mañanas consecutivas. Uno de sus inquilinos estaba en una relación de larga distancia pero, en ausencia de su compañero, se sentía en libertad para buscar consuelo en cualquier parte. Me habló de lo que era tener que lidiar con eso todos los días con el respectivo alboroto de las vidas tumultuosas de sus inquilinos. Me dijo lo que se sentía al abrir la puerta una tarde y ver a un policía que buscaba a uno de sus inquilinos, acusado de vender drogas a escolares. Ese mismo inquilino estaba involucrado con la prostitución. Maggie no sabía qué hacer con todo eso. Quería desesperadamente mantener su mente abierta, seguir creyendo que los gays no eran peores que nadie, solo distintos. Pero no podía reconciliar su experiencia con la suposición de «tolerancia». La verdad es que cuando finalmente se fueron, ella quería incluir la siguiente restricción: «No se aceptan maricas». No sabía qué decirle porque estaba tan confundido como ella. Quería mantener mis ilusiones también, pese a toda la clara evidencia.

Estoy convencido de que muchos, si no la mayoría, de quienes están familiarizados con las vidas de los homosexuales conocen la verdad, pero se resisten a enfrentarla. Mi mejor amigo se involucró en el movimiento de derechos gay cuando era un estudiante graduado. Él y su colega lesbiana a veces aconsejaban a jóvenes que estaban lidiando con su sexualidad. Una vez, los dos conocieron a un joven que estaba seriamente abrumado por un terrible acné. El joven habló elocuentemente sobre la felicidad que experimentaría al salir del closet. Iba a encontrar un compañero, y luego los dos vivirían felices para siempre.
Todo el tiempo mi amigo estuvo pensando en que si alguien como este joven gordo y pustulento entrase a un bar, sería doblado, golpeado y mutilado antes de sentarse siquiera. Al final, la lesbiana miró al joven y le dijo: «Sabes, algunas veces es mejor no salir del closet». Mi amigo me dijo que para él este era un momento decisivo. La lesbiana decía que admiraba y amaba a los gays. Nunca dejó de alabar su amabilidad, compasión y creatividad. Pero con ese comentario en efecto le dijo a mi amigo que sí sabía en qué consistía la vida gay. Todo el asunto era sobre carne, y si no eres un buen corte, entonces ni te molestes en ir al supermercado.

En otra ocasión, me estaba quejando con una lesbiana de mi desilusión y me admitió algo interesante. Tenía un hijo que hasta el momento no mostraba signos de interés sexual de ningún tipo. Sabía que como lesbiana no debía importarle el camino que tomara, pero me confesó que sí le importaba. Con la experiencia de vida de los gays que conocía, se descubrió rezando secretamente para que su hijo fuera heterosexual. Como madre, no quería que su hijo la viviera.

Una definición popular de locura es la de seguir haciendo lo mismo y esperar que el resultado sea distinto. Ese era yo, todo el tiempo mientras intentaba ser un feliz homosexual. Estaba loco de remate. Varias veces busqué consejo en homosexuales que parecían mejor ajustados en la vida de lo que yo estaba. Al principio, quería la confirmación de que mis percepciones eran correctas, es decir, que la vida como homosexual en realidad era tan horrible como me parecía. Y luego quería saber qué tenía que hacer al respecto. ¿Cuándo iba a mejorar? ¿Qué podía hacer para que me fuera mejor? Obtuve dos tipos de reacciones a estas preguntas, y ambas me dejaron herido y confundido. La primera reacción fue la negación, con frecuencia amarga, con respecto a lo que sugería. Me dijeron que había algo mal en mí, que la mayoría de los gays lo estaban pasando muy bien, que estaba generalizando basándome en mi propia experiencia (¿y en qué experiencia debía basarme?), y que debería callarme y dejar de molestar a otros con mi «homofobia internalizada».

Comencé a ver a un consejero cuando era un estudiante graduado. Matt (no es su nombre real) estaba felizmente casado y tenía hijos universitarios. Todo lo que sabía sobre la homosexualidad lo aprendió de otros miembros de su profesión, quienes le aseguraban que la homosexualidad no era una enfermedad mental y que no existían buenas razones para que los homosexuales no llegaran a tener vidas felices y productivas.

Cuando estaba por soltar todas mis quejas, Matt me dijo que en realidad yo nunca había salido del closet. (Todavía no tengo idea de lo que quiso decir, pero sospecho que es como eso de «una vez salvo, salvado para siempre» bautista que respondía a los obsoletos precisándoles en primer lugar que nunca habían estado salvados). Necesitaba volver, me dijo, intentar nuevamente, y continuar buscando experiencias positivas de las que estaba seguro estaban disponibles para mí, basándose en lo que había establecido la Asociación Americana de Psiquiatría (American Psychiatric Association).

Él casi no tenía experiencia con homosexuales, pero lo que podía ver le aseguraban que la sección de libros en Lobo’s ofrecía una imagen real de la vida homosexual. Me di cuenta de que Matt no tenía ni idea, pero todavía quería creer que estaba en lo correcto.

Matt y yo desarrollamos una relación terapéutica. Durante el año que pasamos juntos, aprendió mucho más de lo que yo aprendí de él. Intenté seguir su consejo. Compartía una casa ese año con otro estudiante graduado que estaba en proceso de salir del closet y que experimentaba su propia desilusión. Dado que yo era su único amigo gay, y que lo había alentado a salir del closet, su amargura se dirigía directamente hacia mí, y nuestra relación sufría por ello. Mientras tanto, mi amistad crecía con un miembro de la facultad que era abiertamente gay. La primera vez que le conté a Matt, se quedó extasiado. Pensó que finalmente estaba saliendo del closet adecuadamente. El tipo de la facultad era la clase de amigo que necesitaba. Pero este tipo, como luego se supo, pese a su fachada inmaculada profesional, era un hombre con serios problemas que les hacía experimentar a sus amigos un infierno emocional, que yo también viví con un asombrado y silencioso Matt. (Traté de salir con el mencionado profesional pero, como siempre, experimenté los mismos patrones que caracterizaron mis relaciones homosexuales. La amistad duró tanto como la calentura sexual. Una vez que se enfrío, el interés de mi compañero en mí como persona se disipó también) No era un buen año. Al final del mismo, recuerdo a Matt mirándome fijamente con cierto estupor y admitiendo: «sabes, ser gay es bastante más complicado de lo que imaginé».

No todas las personas con las que hablé rechazaron lo que tenía que decir. Una vez tuve correspondencia con un inglés que había sido dominico. Me fascinó saber que era gay, y que eventualmente había sido expulsado de su orden por no aceptar quedarse dentro del closet. Incluyó una dirección de mail en uno de sus libros y le escribí, preguntándome si su experiencia de vida como homosexual era significativamente distinta a la mía. Asumía que debía serlo, ya que había escrito un par de libros, defendiendo apasionadamente los derechos de los homosexuales y su lugar en la Iglesia. Su respuesta fue un clavo más al ataúd de mi vida como homosexual. Para mi sorpresa, él admitía que sus experiencias no eran distintas a las mías. Todo lo que podía hacer era sugerirme que siguiera intentando y que eventualmente las cosas funcionarían. En otras palabras, este hombre brillante, cuyos libros significaban tanto para mí, no tenía nada que sugerir además de pedirme que siguiera tratando, y esperara un resultado diferente. Había una sola conclusión razonable. Habría estado loco si seguía su consejo. Me tomó 20 años, pero finalmente llegué a la conclusión de que no quería volverme loco.

¿Entonces, dónde estoy ahora? Asisto a una parroquia católica militante y correcta en Houston que es uno de los regalos más espectaculares que Dios me ha hecho. Mi mejor amigo Mark (no es su verdadero nombre) es, como yo, un hombre refugiado que fugó de la vida homosexual y obtuvo asilo. También es un creyente devoto, aunque es presbiteriano (nadie es perfecto). De Mark he aprendido que dos hombres pueden amarse profundamente sin tener que desvestirse.

Nos dicen que la Iglesia se opone al amor entre personas del mismo sexo. No es verdad. La Iglesia se opone al sexo homogenital, que en mi experiencia no tiene que ver con el amor, sino con la obsesión, adicción, y compensación por no tener una masculinidad comprometida.

No estoy orgulloso de la vida que he vivido. De hecho, estoy profundamente avergonzado de ella. Pero si leer esto previene a jóvenes ingenuos, crédulos de cometer los mismos errores, entonces tal vez con la ayuda de Nuestra Señora de Guadalupe, de San José su casto esposo, de mi santo patrono, Edmund Campion; de San Josemaría Escrivá; de los beatos carmelitas mártires de Compiégne; y, finalmente pero no por eso menos, de mi guía especial y sobrenatural mentor, el venerable John Henry Newman, puedo al menos esperar una rebaja en los varios siglos de Purgatorio que sé me esperan.

Entonces, ¿Qué tenemos que hacer como Iglesia y cultura? Eliminar la fachada y exponer la pornografía que está detrás. Comenzar a presionar a los homosexuales para que digan la verdad sobre sus vidas. Dejar de debatir la correcta interpretación del Génesis 19. Dejar a los hombres de Sodoma y Gomorra enterrados en donde están. Sodoma está escondida en el plano visual para nosotros, aquí y ahora, hoy.

Una vez, cuando preparaba un discurso sobre el Cardenal Newman, resumí su clásico ensayo sobre la doctrina cristiana de esta manera: La verdad madura, el error aflora. El movimiento de derechos homosexuales está podrido hasta el corazón. No tiene futuro. Tarde o temprano, quienes están dentro de él van a despertar del sueño del deseo desbordado, o morirá. Es solo cuestión de tiempo. La pregunta es ¿cuándo? ¿Cuántos niños van a ser sacrificados a este Moloch?

Hasta hace algunos meses, había una librería Lobo’s también en Houston. No accidentalmente. Estoy seguro de que su diseño era idéntico al de Austin. Estaba solo a unas cuadras de la estación de gasolina en donde le hago el servicio a mi auto. Recientemente, estaba caminando por el vecindario mientras le hacían rotación a las llantas de mi carro. Y me di cuenta de algo. Había un aviso en la puerta de Lobo’s que decía «el inquilino anterior fue desalojado por no pagar la renta».

Los libros y la pornografía, la fachada de sus engaños ya no están ahora. Alabado sea Dios.

DOSSIER: Homosexuality and the «Gay» Movement (Homosexualidad y el Movimiento Gay)
Ronald G. Lee es un librero de Houston, Texas.